28 DÍAS DESPUÉS de Danny Boyle - 2002 - ("28 days later")
La cuarta cinta del todoterreno Danny Boyle, hoy ya un clásico del cine de terror, fue una de las obras decisivas que reinició el "nuevo" fenómeno zombie de los 2000. “28 días después”, rodada en vídeo digital, es una de las mejores películas de este tipo de las últimas décadas.
La premisa es la de siempre: el mundo (o lo que los personajes ven de él) acaba, a causa de las malas acciones del ser humano, superpoblado de muertos vivientes que devoran o transforman en uno de ellos a todo el que encuentran a su paso.
Un reducido grupo de hombres y mujeres supervivientes han de unir sus fuerzas para escapar de estas bestias o para destruirlas. Sin embargo, el filme de Boyle, aún anclándose en tópicos y en guiños de grandes clásicos, sabe insuflar un soplo de aire fresco en una obra de estas características.
Los protagonistas (liderados por un entonces poco conocido y muy carismático Cillian Murphy) no son personajes planos cuya única función es la de morir de una u otra forma siendo pasto de los zombies: todos están desarrollados y todos arrastran una vida pasada que ha sido destruida por la catástrofe y que les condiciona.
Hay una gran y fluida interacción entre ellos, y no sólo los conocemos en los momentos más extremos, sino también en los más íntimos y tiernos. Los personajes de “28 días después” no son “otros zombies sin alma”, como ocurre en tantas otras películas (especialmente en tantas sin personalidad y sólo destinadas a vender palomitas ensangrentadas).
Por otra parte, la ambientación, oscura, opresiva, apocalíptica, está cuidadísima, mientras que el vídeo digital ensalza la sensación de realidad y le da al filme un aire de documental muy acertado (aunque el director también le otorga toques artísticos y poéticos, como la pintura animada sobre el paisaje en uno de los momentos del viaje en coche en el que los personajes congenian, ríen y disfrutan a pesar de la tragedia en la que están inmersos).
La primera escena de "28 días después" es uno de los mejores prólogos para un filme de terror nunca vistos: el protagonista perdido en una Londres completamente desierta sin saber qué es lo que ha pasado en la ciudad.
Las escenas de acción son geniales, especialmente las primeras, ya que los zombies de la historia, interpretados por atletas y basada su idiosincrasia en algunos de los efectos del Ébola, corren para atrapar a sus presas, una idea realmente angustiosa y terrorífica que en el año 2002 no estaba tan explotada como hoy lo está.
Por supuesto, Boyle pretende además con todo esto hacer una reflexión sobre la naturaleza del ser humano, que acaba, una vez más, superando en maldad y perfidia a los zombies de los que tiene que defenderse, que lo único que buscan al fin y al cabo es saciar su hambre y su ira imparables.
Finalmente, siempre queda comentar la ambigua metáfora que suponen los zombies: la ira y la violencia de la sociedad actual desatada, los efectos del mal uso de la ciencia y de la tortura a los animales o del terrorismo… Las interpretaciones siguen servidas.
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