Once años después de la inolvidable "Terminator II. El juicio final", a alguien se le ocurrió resucitar el mito del androide del futuro y realizar la tercera entrega de su mítica saga, que dio el pistoletazo de salida a una serie de secuelas innecesarias, como ella misma, y que por lo general han sido gigantescas meteduras de pata.
James Cameron por desgracia se desvinculó artísticamente del proyecto y éste pasó a manos del hasta ahora bastante anodino Jonathan Mostow.
El resultado fue mediocre, impersonal, aburrido, repetitivo hasta la extenuación. La historia vuelve a ser la misma: Skynet envía un nuevo robot asesino y el clásico T-800 ha de salvar otra vez a John Connor de la muerte y de paso a la raza humana.
El personaje del mencionado T-800, de nuevo interpretado por Arnold Schwarzenegger (pero ya acomodado y sin ganas de repetir buen hacer en su papel), ni produce el miedo del de la primera parte ni tiene el carisma del de la segunda.
Hace lo que debe hacer: proteger y casi conmoverse, pero en ningún momento llega a establecer el vínculo emocional con su protegido, valga la redundancia, de la segunda entrega. Una lástima.
El John Connor de Nick Stalh tampoco tiene carisma: nadie se cree que hubiera dirigido a la raza humana contra las máquinas (a pesar de su parecido físico con Michael Biehn, el actor que dio vida al primer Kyle Reese). Su inicio promete por su premisa como indivíduo atormentado y autodesterrano del contacto humano, pero se queda a la mitad.
El T-X, el nuevo villano, interpretado por Kristanna Loken, es el colmo de la poca originalidad: es una vulgar mezcla de los dos villanos anteriores; mitad metal “normal” y mitad metal líquido. Ni atemoriza ni provoca tensión ni nada de nada.
Tampoco el personaje nuevo de Claire Dannes dice algo como comparsa de John Connor: bastante discretito está, y eso que Dannes es una grandísima actriz.
La acción de "Terminator III. La rebelión de las máquinas" es efectiva y hasta cierto punto competente, pero nada más. Muy atrás han quedado las agobiantes persecuciones de "Terminator" o las frenéticas escenas de alto voltaje de "Terminator II". Por si fuera poco, la historia, nada aprovechada, tiene lagunas argumentales y es del todo predecible.
Como colofón, este filme mete un patón gordo que los fans de la saga nunca le han perdonado: su desenlace es ciertamente inesperado, pero se carga el mensaje de que el futuro sí puede cambiarse de las otras dos películas y falta a su esencia original. A mi también me parece imperdonable. Un cero patatero en este aspecto.
James Cameron por desgracia se desvinculó artísticamente del proyecto y éste pasó a manos del hasta ahora bastante anodino Jonathan Mostow.
El resultado fue mediocre, impersonal, aburrido, repetitivo hasta la extenuación. La historia vuelve a ser la misma: Skynet envía un nuevo robot asesino y el clásico T-800 ha de salvar otra vez a John Connor de la muerte y de paso a la raza humana.
El personaje del mencionado T-800, de nuevo interpretado por Arnold Schwarzenegger (pero ya acomodado y sin ganas de repetir buen hacer en su papel), ni produce el miedo del de la primera parte ni tiene el carisma del de la segunda.
Hace lo que debe hacer: proteger y casi conmoverse, pero en ningún momento llega a establecer el vínculo emocional con su protegido, valga la redundancia, de la segunda entrega. Una lástima.
El John Connor de Nick Stalh tampoco tiene carisma: nadie se cree que hubiera dirigido a la raza humana contra las máquinas (a pesar de su parecido físico con Michael Biehn, el actor que dio vida al primer Kyle Reese). Su inicio promete por su premisa como indivíduo atormentado y autodesterrano del contacto humano, pero se queda a la mitad.
El T-X, el nuevo villano, interpretado por Kristanna Loken, es el colmo de la poca originalidad: es una vulgar mezcla de los dos villanos anteriores; mitad metal “normal” y mitad metal líquido. Ni atemoriza ni provoca tensión ni nada de nada.
Tampoco el personaje nuevo de Claire Dannes dice algo como comparsa de John Connor: bastante discretito está, y eso que Dannes es una grandísima actriz.
La acción de "Terminator III. La rebelión de las máquinas" es efectiva y hasta cierto punto competente, pero nada más. Muy atrás han quedado las agobiantes persecuciones de "Terminator" o las frenéticas escenas de alto voltaje de "Terminator II". Por si fuera poco, la historia, nada aprovechada, tiene lagunas argumentales y es del todo predecible.
Como colofón, este filme mete un patón gordo que los fans de la saga nunca le han perdonado: su desenlace es ciertamente inesperado, pero se carga el mensaje de que el futuro sí puede cambiarse de las otras dos películas y falta a su esencia original. A mi también me parece imperdonable. Un cero patatero en este aspecto.
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