El belga Denis Lapière es un autor prolífico del que en España hemos podido disfrutar obras como "Un poco de humo azul" o "Un verano insolente", en las que ha tratado el asunto de la memoria de la opresión política comunista o el del fracaso de las revoluciones.
Rubén Pellejero es otro prolífico dibujante de cómics español que ha trabajado con Lapière en estas dos obras, por ejemplo, pero que tiene una gran carrera a sus espaldas: ha dibujado "El silencio de Malka", "Aventuras de Dieter Lumpen" y hasta historias de Corto Maltés.
"El vals del gulag" es uno de sus cómics conjuntos más famosos: una memoria del horror de los campos de concentración de la antigua Unión Soviética espléndidamente dibujada.
Precisamente estamos de aniversario de la liberación del campo nazi de Auschwitz estos días. El terror de estos lugares monstruosos es bien conocido cuando hablamos del Tercer Reich, pero no lo es tanto cuando toca hacerlo de la URSS, donde fueron por desgracia tan tristemente célebres como en aquella enloquecida Alemania de la Segunda Guerra Mundial.
Una vez más, tenemos la historia de un hombre común, normal y corriente, arrastrado por las circunstancias delirantes que le han tocado vivir.
A pesar de haber luchado en la mencionada guerra, es acusado de ser un enemigo del pueblo, con acusaciones imprecisas y falsas además, y enviado diez años a trabajar en un gulag. Sin juicio. Sin posibilidades de defenderse. Sin haber probado nada.
Esto le separa de su familia y su mujer, la protagonista principal del cómic, ha de emprender una triste odisea para poder encontrarle.
"El vals del gulag" es un libro dentro de un libro: narra la historia del hombre convertido en una bestia por la opresión de su gobierno y expone las de una supuesta vida ideal con su mujer y sus hijos que nunca tuvo por medio de un álbum.
Todo lo que hemos visto o leído en tantas obras sobre los campos de concentración de los nazis lo volvemos a encontrar aquí. Injusticia, opresión, arbitrariedad total, hambre, frío, miseria, soledad, hacinamiento, muerte.
La maquinaria soviética es tan brutal y helada como la alemana: los seres humanos, para sobrevivir, se convierten como he dicho (y como en el cómic se dice) en puras bestias. No pensar, no sufrir, no hablar, no mirar, vivir sin vivir para que el tiempo pase y llegue lo que tenga que llegar.
Con la muerte de Stalin, otro de los grandes asesinos de masas de su tiempo, idolatrado al igual que Hitler hoy en día por ciertos grupos políticos, se suavizaron algunas condiciones de estos campos y se firmaron muchas amnistías, pero el sistema siguió siendo una férrea dictadura y muchas de las personas que lo padecieron ya tenían sus vidas destrozadas para siempre.
Lapière narra esta historia con un claro aliento poético sin embargo: está llena de dignidad, de amor y comprensión entre los personajes que la protagonizan, absolutamente maltratados pero que se resisten a perder lo que les queda de su humanidad.
Hay una secuencia que personalmente me pone los pelos de punta: la del reencuentro. Estructurada en una serie de viñetas como un resumen del calvario del protagonista, me parece absolutamente magistral y emotiva.
El dibujo de Pellejero es la otra gran maravilla. El dibujo y el color, que consiguen trasladar toda la dureza de las situaciones con un poso tan realista como lírico que contribuye a redondear el mensaje de dignidad que el cómic trata de llevar al lector.
"El vals del gulag" es una pequeña joya. Se lee de una sentada, pero conmueve y hace reflexionar y, además, pone una vela más en la memoria de estos otros campos de concentración, los soviéticos, que fueron igual de salvajes que los nazis y que son menos recordados.
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