domingo, 22 de diciembre de 2019

LOBEZNO: HONOR. LA AVENTURA QUE DEFINIÓ AL LOGAN QUE TODOS CONOCEMOS


En los años setenta, ni los X-Men ni su componente Lobezno eran lo que son hoy. La colección del grupo de los mutantes nació en 1963 de manos de Stan Lee y Jack Kirby, pero nunca vendió bien y cerró a principios de la mencionada década siguiente.

En 1975, Len Wein los relanzó e inmediatamente lo sustituyó Chris Claremont, que reorganizó al grupo original y añadió nuevos personajes y convirtió a la serie en una de las principales de Marvel. La escribió hasta 1991 y, tras su marcha, lo siguió siendo y hasta inauguró a principios de los 2000 el "boom" del actual cine de superhéroes.


Lobezno, por su parte, había aparecido por primera vez como personaje secundario en el número 180 de "El Increíble Hulk" de octubre de 1974. Apenas era un cameo creado por el propio Wein, por Johm Romita Jr. y Herb Trimpe, y era un enemigo muy físico y poco más que no aportó demasiado hasta que en 1975 fuera incluido en los mencionados nuevos X-Men.

Logan empezó su andadura siendo un personaje pendenciero, fanfarrón, busca-broncas y casi invencible. No era el más atractivo del grupo mutante, pero poco a poco se fue ganando muchos fans y fue convirtiéndose, merecidamente o no, en uno de sus caracteres más queridos.


En 1982, Claremont lanzó la mini-serie "Lobezno", la primera en la que debutaba en solitario, y lo hizo acompañado a los lápices nada más y nada menos que por Frank Miller, que estaba entonces ascendiendo a pasos agigantados.

Hoy es conocida como "Lobezno: Honor" (por el título del último de sus cuatro números), y es, desde luego, uno de los cómics indispensables de Logan y el que empezó de forma definitiva a definirle y a sentar las bases de lo que es actualmente: posiblemente el mutante más famoso de todos, y el único que ha tenido serie propia verdaderamente duradera y película individual en el cine.


En "Lobezno: Honor" el miembro estrella de los X-Men dejaba atrás su pasado como personaje plano y monocolor para embarcarse en una historia en la que se probaba a sí mismo, en la que su parte humana y su parte animal se enfrentaban, en la que se asentaban pistas grandes sobre su pasado y en la que vivía una atormentada y triste historia de amor.

Chris Claremont equilibraba perfectamente la acción y el drama, el toque de humor canalla propio de Logan y el diálogo interior que expresaba su tormento, y nos entregaba una aventura en solitario inolvidable.


Frank Miller a su vez nos regalaba un dibujo fantástico, con su característico estilo a caballo entre potente y tosco pero extremadamente personal y definido, y con su habitual poderío a la hora de distribuir y crear espectaculares y dinámicas escenas de acción (son todas una delicia, y este cómic es esencialmente acción, mucha acción).

Fue sorprendente en su momento ver a Lobezno sufrir, descubrir sus puntos débiles y sus incongruencias. El personaje ya nunca más volvió a ser el mismo y fue completado en otras sagas importantes y posteriores. Pero el principio del Logan que todos conocemos está en este cómic.


Hay cosas que han envejecido, ciertamente, en "Lobezno: Honor". Su visión de Japón indignaría hoy a un japonés (y posiblemente lo hiciese en 1982 también): el país del sol naciente es un lugar mitad idealizado, mitad brutal, donde domina una concepción del honor exagerada (que fue la concepción del honor del pasado en esta nación, también es cierto), un machismo galopante y una violencia a la que se le rinde un culto ritual.

Siempre digo lo mismo: cada obra ha tenido su momento. Y el resto de cosas, en esta en concreto, son todo aciertos.

"Lobezno: Honor" supone el inicio de un mito y además es una aventura frenética y vertiginosa, deliciosamente dibujada, que se bebe en un vuelo.


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