CREMATORIO de Jorge Sánchez-Cabezudo - 2011 - ("Crematorio")
"Crematorio", de Jorge Sánchez-Cabezudo, basada en una novela de Rafael Chirbes, es una de las series españolas más importantes de la historia, desde mi punto de vista, y una básica de aquella primera hornada de la primera mitad de la década de los 2010 que supo insuflar una seriedad y una calidad fulminante a nuestro panorama televisivo que se ha mantenido desde entonces.
Es una serie seria porque disecciona un asunto social y político verdaderamente importante en este país (el de la corrupción y el de la entrega de miles de almas al mundo de la indigestión del ladrillazo), es seria porque sus actores y actrices están absolutamente soberbios (José Sancho lo borda, lo han dicho miles de veces, pero sólo de verlo en la piel de Rubén Bertomeu da tanto miedo como pena, y eso es extremadamente difícil de conseguir), es seria porque está maravillosamente ambientada y es seria porque, tras el asunto social antes mencionado que articula su trama, trata con gran agudeza otros tantos universales (el amor, la amistad, la fidelidad, las relaciones de familia de toda clase, la ambición, la traición, la hipocresía, el machismo, la vida sencilla contrapuesta con la vida de ostentación, la locura por el dinero, la mafia, la trata de blancas, el hastío vital del mundo moderno, las frustraciones sexuales, el esnobismo de los artistas y los tratantes de arte...).
Finalmente, hay que apuntar que, aunque está ambientada en una localización ficticia, "Crematorio" ataca frontalmente a todo ese horrible mundo que, por desgracia, tan bien conocemos. Y es que Misent, la ciudad turística ficticia mediterránea de la que Rubén Bertomeu es el rey, es la Marbella de la locura de Gil y de los que vinieron después, es la Costa del Sol del ladrillo delirante -lo dice uno que es de Málaga-, es el Benidorm de los rascacielos absurdos, es la Valencia y la Cataluña del ladrillo igualmente delirante, es la Ibiza de la juerga interminable que echa a la gente de sus barrios (y la lista sigue por desgracia).
Sánchez-Cabezudo no se corta un pelo a la hora de denunciar las corruptelas de los políticos y de los empresarios sin escrúpulos, los destrozos de la naturaleza perpetrados desde la frialdad más absoluta, el despilfarro de una clase social rica y aburrida de su vida de abundancia, las amenazas del submundo que late detrás de los edificios inmaculados y las piscinas brillantes.
No se dan nombres, pero todos sabemos quiénes son y/o quienes fueron estos personajes o en quiénes se inspiraron, y no se libra ni un sólo partido político español, ni uno sólo de esos ex-alcaldes y dueños de emporios.
El mencionado Rubén Bertomeu es el más reconocible de todos: un empresario endiosado que hace y deshace a su antojo y que, sin embargo, descubre que su mundo se tambalea a las primeras de cambio y por lo que menos podía esperarse.
José Sancho entrega un personajazo con todas las letras, un ser odioso y a la vez triste, tan poderoso como desvalido, un hombre que se mueve sin cesar entre la ambigüedad emocional total y la fidelidad de hierro a los suyos.
Le acompaña una galería de seres que también queda para la posteridad: una mujer florero de físico espectacular que es su amante y que le quiere a él tanto como a su dinero, una hija tratante de arte que no quiere tener demasiado que ver con él y con sus actividades pero que sin embargo tiene un nivel de vida altísimo gracias precisamente a ser hija de quien es, una vieja madre clasista y rancia y durísima con los que la rodean pero también finalmente débil y necesitada de afecto, un misterioso abogado, ambiguo y opaco; un agradecido, impulsivo y violento guardaespaldas, una vividora y derrochadora nieta, un antiguo socio y liante que le mete en problemas y otro socio y a la vez rival ruso que es todo un mafioso de tomo y lomo.
El drama está servido, el drama del horror de la ambición desmedida, el drama del "sálvese quien pueda", el drama del "nadie conoce a nadie" y de la peor de las políticas. Hay que reivindicar esta pedazo de obra maestra una y otra vez.
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