sábado, 2 de febrero de 2019

SOLOMON KANE. AVENTURAS POLÉMICAS EN UNA ÁFRICA FANTÁSTICA


Es cierto, o en parte por lo menos, que Robert E. Howard ha sido bastante fagocitado por su mítico bárbaro Conan.

Aún siendo también muy famosos, personajes suyos como la guerrera Red Sonja, el rey picto Bran Mak Morn, el rey Kull de Atlantis, el detective Steve Harrison, el aventurero Kirby O’Donnell o el pistolero El Borak permanecen, por desgracia, algo olvidados.

Uno de estos caracteres es Solomon Kane, del que Howard, que se quitó la vida con solamente treinta años, dejó un total de ocho relatos (en España, por cierto, magnificamente editados por Valdemar).


Este guerrero puritano del siglo XVII viene a ser un trasunto más de los clásicos personajes del autor: extremadamente fuerte y resistente, a veces casi invencible, y que sale adelante en un mundo violento de fuerzas monstruosas.

Sus aventuras, de capa y espada, son rocambolescas y románticas, cargadas de acción, de villanos terribles y de secundarios entrañables.

Hoy, Solomon Kane, como otros tantos héroes de la ficción del pasado siglo, es revisado con lupa.


No es para menos, porque sus historias, muchas de ellas desarrolladas en África, son desde luego racistas. Lo son. Como lo es, por ejemplo, el álbum "Tintín en el Congo", del primer Hergé.

¿Hay que censurarlas? ¡Por supuesto que no! Hay que mirarlas con un ojo crítico y comprender que pertenecen a otra época, y aprender de ellas y de nuestra evolución cultural y social. Como a todo arte. Como a toda disciplina. El primer relato de Solomon Kane es de 1928 y el último de 1932. El contexto se pueden imaginar cuál es.


Solomon Kane es un guerrero puritano solitario que vaga por el mundo deshaciendo entuertos y acabando con toda clase de malvados y monstruos.

Tenemos desde asesinos sin escrúpulos hasta demonios pasando por esclavistas árabes, espectros, arpías o extraños y originales sucedáneos de vampiros. Sus aventuras comienzan en Europa, y terminan en las profundidades de África.

Howard se inventa ambos continentes: los dos están pasados por un filtro fantástico, legendario, conscientemente desprejuiciado. En especial, el africano, una tierra de terrores constantes, de magia negra y de restos de civilizaciones caídas.


Por supuesto, Solomon Kane puede con todo esto y más. Y aquí es donde están las partes más polémicas de sus relatos: los africanos son prácticamente todos negros primitivos que viven en la ignorancia y en la superstición, en tribus apartadas y brutales, que a pesar de llevar siglos y siglos residiendo en su continente, han sido incapaces de domarlo y tienen que esperar a que venga Kane, el hombre blanco europeo (y anglosajón, claro), a sacarles las castañas del fuego.

Sí, recuerda todo enormemente al mencionado "Tintín en el Congo", en el que Tintín y su perro Milou (todavía no habían conocido al capitán Haddock o al profesor Tornasol) viajan por el país ayudando a unos congoleños desastrosos, corruptos, oscurantistas, analfabetos o directamente imbéciles que se dedican a estrellar trenes por pura incompetencia o a adorar a cualquier ídolo animal de pacotilla como el propio Milou.


Estos retratos prejuiciosos y vergonzantes son parte de nuestra historia, y es bello poder disponer de ella para analizarla y aprender de nuestro pasado.

Tengo que mencionar, de todas formas, que el principal secundario de la serie de Solomon Kane es un negro africano: N’Longa.

Y es totalmente diferente al resto: es un mago muy poderoso, es capaz de cambiar su alma de cuerpo, es extremadamente inteligente y posee secretos de otros mundos con los que salva la papeleta a Kane en más de una ocasión.


Sí, extraña la ambigüedad de Howard a la hora de crear a este curioso personaje que se sale de la norma de su contexto racista.

Dejando esto a un lado, todas las pequeñas aventuras de Solomon Kane son extraordinariamente divertidas. 


Dinámicas como sólo el creador de Conan sabe hacerlas, cargadas de acción, de peripecias muy locas, de diálogos divertidos, de personajes delirantes, de tópicos bien colocados y de parajes evocadores.

En 2009, Solomon Kane tuvo su película, pero fue tremendamente decepcionante. Aún siendo encarnado por el gran James Purefoy, la cinta era una aventurita sin pretensiones con demonios de tres al cuarto, sin demasiada violencia y no demasiado oscura que no le hizo justicia al guerrero puritano de Howard. Una pena. Otra vez será (esperemos).


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