EL LOTO AZUL de Hergé - De 1934 a 1935 - ("Le Lotus Bleu")
"El Loto Azul", segunda parte de la saga de "Los cigarros del faraón", es la obra que definitivamente cambia para siempre a Tintín y a su universo.
El intrépido reportero ya termina aquí de configurarse como un defensor de los oprimidos y el propio Hergé ya retrata injusticias de su época: en este caso concreto, la invasión de China por parte de Japón y los tejemanejes de otras naciones presentes en la zona ocupada que no hacen nada ante la atrocidad y que incluso colaboran con los japoneses.
Además, y esto sí estaba ya en "Los cigarros del faraón", hay un nuevo ataque al contrabando, esta vez de opio, y a las sociedades secretas que manejan estos negocios oscuros, muy abundantes en la época.
Algo cambió para siempre a Hergé en este álbum: la ayuda que le prestó Zhang Chongren, un estudiante de Shanghai que entonces se formaba en la Academia de Bellas Artes de Bruselas que le presentó el padre Gosset, capellán de un grupo de estudiantes chinos de la Universidad Católica de Lovaina, para que no crease su obra basándose en clichlés.
Zhang Chongren no sólo formó a Hergé en su cultura: le ayudo y/o le inspiró en sus dibujos, en los carteles en su idioma, en la configuración de los escenarios, en el vestuario. Hergé quiso pagarle por todo ello e incluso incluirlo como coautor del álbum, algo que él declinó por considerar su aportación un servicio a su país, al que volvió en 1935.
Gracias a este compañero creativo y de documentación inesperado, Hergé abandonó ya el eurocentrismo de sus primeras obras y hasta se burló de él. Thang, el primer gran amigo de Tintín (antes incluso del Capitán Haddock), apareció en este cómic por vez primera y es inolvidable cómo la relación entre ambos comienza (con una burla de lo que los europeos pensaban en la época de los chinos) y se desarrolla.
El ejemplo más claro del cambio radical de Hergé gracias a Zhang es la escena, completamente bufa, sarcástica y brutal, en la de Hernández y Fernández, vestidos de chinos del pasado (con coleta, abanico, túnica y sombrero) son ridiculizados en las propias calles de Shanghai por una marea de chinos que se parten de risa en su cara.
El resto de lo que encontramos en "El Loto Azul" es una intriga frenética, llena de peripecias constantes, ya por fin perfectamente hilvanada (aquí Hergé dejó de improvisar sus tramas) con villanos con empaque de verdad (geniales y estremecedores Rastapopoulos y Mitsuhirato) y con esa denuncia social y política del imperialismo japonés con la connivencia de otras naciones que en la época se veían a sí mismas como las más civilizadas.
El dibujo, el color, el detalle, la concepción escenográfica, ya es una plena maravilla aquí, y yo lo considero a este tomo un tomo de "línea clara".
Hergé y Zhang Chongren perderían el contacto durante décadas desgraciadamente debido a la Segunda Guerra Mundial. En 1975 reanudaron su relación por carta gracias a un conocido de ambos que Hergé conoció, valga la redundancia, en una fiesta en Bruselas, y en 1981 Zhang pudo viajar a Bélgica a visitar a un Hergé que, también por desgracia, estaba ya muy debilitado por la leucemia, que le mataría en 1983.
Con "El Loto Azul" empieza, ya sí que sí, el Tintín real, el Tintín que supera esos primeros álbumes ideológicamente horrendos y cutres y que se alza como una voz de la justicia en sus aventuras a lo largo del planeta.
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