viernes, 4 de abril de 2025

EL CASTILLO DE DRAGONWYCK. EL FLOJO Y ERRÁTICO DEBUT DEL GRAN MANKIEWICZ

EL CASTILLO DE DRAGONWYCK de Joseph L. Mankiewicz - 1946 - ("Dragonwyck")

Todos los genios tienen sus comienzos, y no tienen por qué ser necesariamente buenos. El enorme Joseph L. Mankiewicz, antes de entregar sus grandes obras maestras y de regalarnos una de las más grandiosas filmografías de la historia del cine, debutó en 1946 con esta "El castillo de Dragonwyck", que, a pesar de contar con un excelente reparto y una cuidadísima ambientación que alterna lo glamuroso y lo siniestro sin fisuras, se muestra como una película muy irregular en todos los sentidos y lastrada por una gran multitud de asuntos que intenta tratar sin centrarse en ninguno (aparte, es otro vehículo para la exaltación del Sueño Americano maniqueo a más no poder). 

La película narra la historia de una bondadosa joven que abandona su lugar de nacimiento, el campo, para vivir en el castillo que da nombre al filme y casarse con un primo bastante disoluto y finalmente diabólico. 

Por medio de esta trama se articula una intriga algo predecible en la que se mezclan como he señalado un montón de asuntos: la lucha entre la rectitud moral personificada en la religión cristiana y la depravación que trae la frivolidad de la riqueza, la contraposición entre la humildad campesina y la hipocresía de las clases altas, la lucha de clases entre los ricos terratenientes y los agricultores, el asesinato, la drogadicción (metida con calzador y sin saber muy a cuento de qué)... Y, a su vez, hay una mezcla de géneros en el filme completamente heterogénea que no termina tampoco de cuajar porque Mankiewicz no se decanta por ninguno: hay comedia romántica, hay filme romántico a secas, hay cuento gótico, hay thriller, hay historia de fantasmas, hay drama social... Y no hay nada de todo esto a la vez.

"El castillo de Dragonwyck" es errático en todos los aspectos, y por eso termina por decir bien poco más allá de la mencionada moralina norteamericana exaltadora de la religión y las buenas costumbres. 


Los personajes tampoco destacan: o son buenos o son malos sin mucho término medio, y eso que los actores que los interpretan están como siempre geniales: Gene Tierney, Vincent Price o Walter Huston se comen la pantalla, pero no es suficiente para salvar un conjunto que quiere abarcar mucho y que al final abarca poco y no demasiado bien. 

El filme no es un bodrio y se puede ver y hasta puede resultar distraído, pero está lejos de ser bueno y por supuesto a millas de ser uno de los grandes de su creador. Tampoco hay que esperar mucho más: es un debut, y Mankiewicz supo tras él empezar una escalada sin prisa pero sin pausa directa hacia la gloria.

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