viernes, 11 de septiembre de 2020

ALIEN, EL OCTAVO PASAJERO. Y RIDLEY SCOTT REVOLUCIONÓ EL TERROR

ALIEN, EL OCTAVO PASAJERO de Ridley Scott - 1979 - ("Alien")

En 1979 irrumpía en las salas Ridley Scott, después de la genial “Los duelistas”, con una de las más grandes obras maestras del terror y de la ciencia ficción de todos los tiempos: “Alien. El octavo pasajero”. 

Adaptación completamente libre de un escrito de Joseph Conrad (“La línea de la sombra”), “Alien”, cuento de horror gótico ambientado en el espacio profundo, cambió, gracias a la confluencia de los diversos artistas que en ella intervinieron, la concepción del cine de terror que se tenía hasta entonces o, por lo menos, la renovó, insuflando aire fresco al género del horror alienígena. 

Para comprender este soplo de frescura, hay que mencionar primero el “tipo de terror” que Scott optó por utilizar en su película: el terror basado en el poder la sugerencia, el terror de películas como “La semilla del Diablo”, “Tiburón” o la posterior “Al final de la escalera”. 

De hecho, “Alien” comparte con “Tiburón” el mecanismo para producir el miedo y la extrañeza en el espectador: no mostrar a la supuesta bestia asesina hasta el final del filme. 

El alienígena de “Alien”, como el gigantesco escualo de Spielberg en las aguas, permanece sumido en las sombras la mayor parte del metraje, escondido en esquinas impensables, al fondo de pasillos oscuros, en conductos de respiración. No es hasta el duelo final contra la mítica Ripley cuando se le muestra en toda su horrorosa totalidad. 

El espectador no sabe a qué se está enfrentando: de hecho Scott sólo da pequeñas pistas para ir presentando la amenaza oculta. Muestra a veces una garra, a veces la cola, a veces sólo la cara, a veces su segunda boca… Se explota el miedo a lo desconocido de una manera soberbia, como pocas veces se ha hecho en el cine.

Este alien, además, está diseñado por el célebre artista suizo H.R. Giger, que creó una bestia de líneas insinuantes y hasta sexuales que ya forma parte de los mitos clásicos del cine norteamericano y de la cultura popular mundial. 

A esto le añadimos la nave gótica barroca en la que el alien y sus víctimas se mueven, una nave retorcida y lúgubre que es otro protagonista más del filme, casi otro asesino más, y un planeta macabro con insinuaciones de civilización ancestral delirante que hoy sigue poniendo los pelos de punta.

Los trajes de los tripulantes y algunos diseños corren por otra parte de la mano del gran autor de comics Moebius, algo eclipsado aquí por Giger pero igualmente básico para la película. 

Otro punto más a favor de esta obra imprescindible es su inolvidable banda sonora, que crea un ambiente de extrañeza y opresión inigualable, junto, además, a un maravilloso reparto en el que encontramos a grandes como John Hurt, Ian Holm o Harry Dean Stanton junto a secundarios de lujo como Tom Skerritt, Yaphet Kotto o Veronica Cartwright (la niña de “Los pájaros” de Hitchcock). 

Sigourney Weaver es la sorpresa, la protagonista inesperada de la saga, que entonces no era una actriz conocida pero que fue lanzada al estrellato de forma fulminante. 

Ridley Scott rodaría después de esta obra maestra otra más: “Blade Runner”, tras la cual proseguiría su carrera de manera ya siempre irregular (una lástima). Mañana, pasamos el testigo a otro grande del cine norteamericano: James Cameron.

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