domingo, 30 de junio de 2019

EL SIGNO DE LOS CUATRO. SE AFIANZA LA MITOLOGÍA DE SHERLOCK HOLMES


EL SIGNO DE LOS CUATRO de Arthur Conan Doyle - 1890 - ("The Sign of Four")

"El signo de los cuatro", la segunda novela de Sherlock Holmes, perfecciona las premisas de "Estudio en escarlata" y asienta el que a partir de este momento va a ser el universo del detective más famoso del mundo, que se expandirá sin cesar en relatos y en otras dos novelas.

Si "Estudio en escarlata" tenía el problema de la pérdida de ritmo que creaba su historia secundaria, esto no ocurre ya en esta segunda aventura de la saga. Todas las líneas que maneja Arthur Conan Doyle están perfectamente hilvanadas, desplegadas, desarrolladas aquí, y con consecuencia.


La maestría para el thriller, para el "noir" de este gran escritor está ya brillando con toda su luz en "El signo de los cuatro", una novela que además tiene una galería de personajes absolutamente apabullante, inolvidable.

Todas las pistas, todos los indicios, todos los crímenes, llevan, a través de un relato cargado de ritmo, con la información escrupulosamente dosificada, al desenlace redondo de un caso redondo. Este libro es uno de esos de empezar y terminar: no se puede soltar.

Es delicado y frenético, es interesante desde la primera línea, es divertidísimo y, además, es un retrato social de su época certero y crudo, y de todo tipo de pasiones humanas: desde el amor hasta la avaricia o la ambición pasando por las complicadas relaciones entre hermanos o la podredumbre del dinero.


Hay además en "El signo de los cuatro" una "escena de acción" totalmente vertiginosa y excelentemente narrada que debería estudiar cualquier persona que quiera dedicarse a la escritura: la de la persecución nocturna a través del Támesis.

Esta escena es una obra maestra sin ningún tipo de discusión; emocionante, trepidante, delirante, divertida. De pura película, aunque suene tópico decirlo. Quien quiera ser director de cine también debería estudiarla.


Y, como he dicho, los personajes de la segunda novela de Sherlock Holmes son apabullantes. Los villanos son geniales, los secundarios están perfectamente desarrollados, y en especial Watson se convierte en un gran protagonista de la trama al conocer a Mary Morstan, carácter femenino muy propio de su época machista pero que también exhibe una gran dignidad ante la adversidad.


"El signo de los cuatro" es una novela negra inolvidable que, además, desarrolla todavía más al excéntrico Holmes, que aquí muestra algunos inesperados momentos de pura humanidad dentro de su carácter casi siempre neutro, excéntrico, altivo, hiperactivo, exquisito, asexual, misógino. El mito se sigue configurando de cara a los relatos que vendrán.

Queda comentar algo que, junto al señalado machismo, es muy propio de su momento: el tratamiento del "indígena" es el que imaginan. Personaje secundario genial, indispensable en la trama, es también un retrato lleno de prejuicios propio del colonialismo inglés. Estamos en el año 1890: es esperable.


viernes, 28 de junio de 2019

KIMCHI CUDDLES. EL MUNDO DEL POLIAMOR RETRATADO CON HUMOR Y TERNURA


Las luchas sociales del último siglo y de lo que llevamos de éste, unidas a la irrupción y el asentamiento de Internet, han abierto las puertas a numerosas formas de vivir las relaciones diferentes a la normativa, que llevaba siglos estandarizada e impuesta por la fuerza por diversos agentes políticos, sociales y religiosos.

Desde la homosexualidad a la bisexualidad pasando por la asexualidad, el BDSM o el poliamor están ya y desde hace tiempo ocupando el espacio en el mundo que los miembros de sus colectivos demandan (no sin ataques de otros grupos sociales, por desgracia).


El poliamor tiene diferentes definiciones y no todo el mundo se aclara con ellas o se ciñe a una sola. Muchas veces, ni siquiera lo hacemos los activistas de esta forma de vida (yo soy poliamoroso y lo puedo asegurar).

Sí partimos de una base: se pueden tener varias relaciones simultáneas. Y, yendo más allá de las "relaciones abiertas", podemos afirmar que es posible sentir amor por varias personas y estar con todas ellas a la vez.

Así, a grandes rasgos, hago esta definición tal vez chapucera (no soy sexólogo, ni sociólogo) pero que puede servir de introducción al asunto del que hoy hablamos.


El poliamor, como las otras formas "alternativas" de vivir las relaciones, no lo ha tenido fácil, a pesar de que, como las demás, siempre ha existido, aún estando proscrita. Siempre ha habido personas que la han vivido abiertamente, no sin problemas de intolerancia, marginación o directa persecución.

Por ejemplo, en el campo de los cómics, el creador de Wonder Woman, William Moulton Marston, fue poliamoroso y vivió hasta su temprana muerte a los 53 años con sus dos mujeres, Elizabeth Holloway y Olive Byrne (las cuales a su vez, tras su fallecimiento, siguieron juntas el resto de sus días).


También lo ha sido, por ejemplo, el gran artista del medio Alan Moore, que actualmente está casado con la también artista Melinda Gebbie pero que mantuvo durante muchos años una relación de este tipo con su primera esposa, Phylis, y con otra mujer llamada Deborah.

Tikva Wolf es una activista LGTBQ de los Estados Unidos y autora de cómics que se ha hecho famosa en los últimos años con su serie Kimchi Cuddles, en la que por medio de tiras cómicas explora la cotidianeidad de las vidas de diversos personajes poliamorosos.


En España podemos encontrar el recopilatorio "Lo mejor de Kimchi Cuddles" de Continta Me Tienes, pero también está disponible su webcómic, en donde no deja de publicar nuevas historias en las que, utilizando un humor inteligente pero también muy tierno, reflexiona sobre las relaciones de este tipo.

Kimchi Cuddles es la que articula las "tramas": la rodean toda clase de personajes; unos son su pareja, otros son amigos, otros van y vienen, pero todos ellos representan múltiples vivencias y formas de afrontar la vida.


Tikva Wolf tiene una gran virtud que yo agradezco muchísimo: no moraliza ni va de autoridad didáctica. Hace crítica social, pero fina y sin sentar cátedra, y acepta todo tipo de puntos de vista mientras pone en la picota actitudes intolerantes y prejuiciosas o hipócritas tanto de personas monógamas como polígamas, tanto de personas heterosexuales como homosexuales o bisexuales.

Las incongruencias de todos los colectivos salen a la palestra. Encontramos por ejemplo a monógamos intolerantes que piensan que los polígamos son gente infantil y que huye del compromiso o a polígamos intolerantes que aseveran que los monógamos son gente dependiente e incapaz de enfrentarse a su libertad.


También se habla de identidades: toca el "queer", el "trans" o la asexualidad, y las confronta. Descubrimos que todos tenemos prejuicios, pertenezcamos a la identidad a la que pertenezcamos, y que por medio del conocimiento podemos superarlos.

Se homenajea de la misma manera al orgullo LGBTQ. La propia Tikva dedica algunas viñetas a su abuela, activista gay en unos tiempos en los que serlo era sinónimo de brutal e instantánea condena social, y que le enseñó con su ejemplo a afrontar la búsqueda de su camino en la vida.


Todo ello mientras, a su vez, se desgranan asuntos como los problemas de pareja y de relaciones en el marco del poliamor, los celos, los éxitos y fracasos sentimentales, la camaradería entre los integrantes de un grupo poliamoroso, el enfrentamiento generacional entre padres e hijos, las relaciones a larga distancia o la gestión del tiempo cuando se tienen varias parejas en marcha.

En definitiva, la vida misma. La vida misma con sus miles de posibilidades. El dibujo puede que no sea maravilloso, pero tampoco busca serlo y desprende una simpatía sin par que nos ayuda a adentrarnos en la comedia humana de Tikva Wolf, autora de un cómic que abre puertas en un mundo por suerte cada vez más libre y diverso.


miércoles, 26 de junio de 2019

ROBINSON CRUSOE. UN CLÁSICO DE AVENTURAS QUE RETRATA UNA ÉPOCA INFAME


Una de las primeras novelas "adaptadas" que me regalaron cuando era niño fue "Robinson Crusoe". Fue también una de las primeras que le regalaron a mi padre. Y a uno de mis abuelos.

Junto a obras como las de los dos Dumas o Jules Verne, por poner dos ejemplos gruesos, la historia del náufrago más famoso del planeta es uno de los grandes referentes de la narrativa de aventuras de todos los tiempos.

Sin embargo, una novela como "Robinson Crusoe" va mucho más allá de la mera aventura. Cuando, ya adulto, la he leído en su versión íntegra, he descubierto su capacidad como documento para representar ante nuestros ojos toda una época y me he sorprendido ante muchos de los pasajes que contiene, que hoy nos parecen absolutamente aberrantes.


Daniel Defoe es uno de los grandes escritores ingleses de la historia. No tengo ni que decirlo. No sólo por esta novela, sino por otras como "Moll Flanders". Era un hombre que simbolizaba como pocos, pienso, la idiosincracia del inglés de su momento (nació alrededor de 1660 y murió en 1731) y también sus incongruencias.

Puritano que creía en el trabajo duro y en la gracia divina, era, también, un comerciante aguerrido que tocó negocios de todo tipo pero que sin embargo se arruinó en varias ocasiones. Igualmente, tuvo problemas políticos por atacar públicamente en panfletos a los Altos Tories que le llevaron a la picota y a la cárcel en alguna ocasión.


En "Robinson Crusoe" expone su ideario por medio de una aventura llena de peripecias. Literariamente, su maestría es incuestionable. Es una delicia leerle, y las constantes desventuras del protagonista consiguen que el libro se termine con rapidez y gusto.

Es en su sustrato ideológico donde a alguien de nuestros días le revela cómo de terrible era la sociedad de su momento.

Defoe se basó al parecer para crear a su personaje estrella en la vida de Alexander Selkirk, un marinero escocés que pasó cuatro años y cuatro meses viviendo como un náufrago en una isla desierta frente a las costas de Chile.


Este personaje le sirve para retratar su visión del "hombre perfecto", de moral suprema e intachable, colonialista y creyente.

Robinson Crusoe se mete en el lío que le condena a la soledad por no obedecer a su padre, que quería que se quedase en York, su ciudad natal, llevando la tranquila vida de negocios que él le había dispuesto.

La desobediencia a la figura paterna es algo que pagará de sobra, y aquí está la primera lección moral de la novela.


El protagonista se embarca y es hecho prisionero por unos piratas frente a las costas de Marruecos y convertido en esclavo en la ciudad de Saleh, destino del cual escapa gracias a un capitán portugués y tras lo cual se instala en Brasil.

Desde allí emprende otra aventura que es la que le lleva a naufragar en la isla perdida cercana a la desembocadura del Orinoco en la que pasará sus famosos veintiocho años en una soledad casi total.

El primer hecho que sorprende es el porqué de los viajes del protagonista: su objetivo era comprar esclavos negros. En la novela se menciona este hecho como algo completamente natural, y resulta escalofriante constatar cómo estas personas, capturadas en África y vendidas en las Américas, eran tratadas como meros objetos animados.


Sorprende la dualidad moral de los religiosos de la época. Y Defoe lo era mucho: era muy, muy religioso; era un reconocido puritano, como he señalado.

Posiblemente, como tantos en su momento, y como se desprende de la ideología del resto de la novela, considerase a los africanos seres inferiores para los que la esclavitud era algo justo y necesario, pues los salvaba de sus vidas "salvajes" y los llevaba a la "civilización" y a la "verdadera religión".

Esto sorprende especialmente además porque Robinson, antes de llegar a Brasil, ha sido esclavizado en una tierra extraña, con una cultura y una religión totalmente diferentes a las suyas, y conoce bien la vida de penurias a la que son sometidas las personas que tienen esta desgracia.


La falta total de empatía ante seres humanos que sufren una injusticia como la que él mismo ha padecido resulta por momentos espeluznante. Especialmente porque Robinson Crusoe se acaba transformando en un hombre extremadamente religioso y porque la novela es una narración de carácter moral.

El trato que da a Viernes, el chico al que salva de los caníbales que visitan su isla a menudo, parece darnos la pista definitiva: es un joven de una raza nativa al que considera inferior e incivilizado, pero al que acoge como un padre protector para enseñarle todo su saber de hombre blanco.

Incluso le pone el nombre de Viernes: le anula por completo toda su identidad original, que apenas es retratada, que aparece muy difusa, prácticamente inexistente. Y todo ello a pesar de que entre los dos surge una sincera y entregada amistad que va a durar toda la vida.


¿Paternalismo? Exacto. Es bien sabido que una de las grandes justificaciones morales de la esclavitud de los africanos o de los indios en occidente fue el "deber moral" de darles esa religión verdadera, esas costumbres civilizadas, que ellos, que vivían en ambientes considerados brutales y sórdidos, no tenían.

Era una verdadera "labor solidaria" que apoyaba a un sistema repulsivo como era el esclavismo, una de las peores vergüenzas de la humanidad y que se ha dado en prácticamente todas las culturas de todos los continentes.


El propio Viernes se ofrece a Crusoe como una "pertenencia suya". Se arrodilla ante él y le pide que ponga su pie sobre su cabeza por haberle salvado de los caníbales.

Posteriormente, descubrimos que incluso tiene familiares en otras islas cercanas, pero él no parece acordarse demasiado de ellos, sólo del hombre blanco al que le debe la vida y su re-educación.

Esta novela, tantas veces adaptada al cine y a otros medios, es en sí un panfleto de la moral de su época (no en vano, Defoe era un panfletista famoso y polémico, como he referido).


Robinson Crusoe es el inglés perfecto, el colonialista perfecto: un imperialista magnánimo y "justo" que protege a las culturas "inferiores" y que las introduce en sus ideas y en su religión, que hace suya desde el primer momento una isla en la que naufraga (y en la que hay presencias de otros pueblos anteriores a él) y que se redime por medio del abrazo del cristianismo y de la comunión con la naturaleza (entendida en su concepción más divina).

Sobra decir que el papel de la mujer en la obra es prácticamente inexistente y que el protagonista encarna otra de las grandes virtudes del momento en el mundo occidental: la abstinencia sexual.

En ningún pasaje hay una sola referencia clara al sexo o a la extrañeza de la compañía femenina: Dios le protege siempre y le da por medio de la naturaleza todo lo que necesita, y esto basta para que él no tenga nunca "malos pensamientos".


También hay mensajes positivos en la obra y que nos sirven de lección para nuestros días, ojo. El hecho de que el dinero, lo que más le ha preocupado siempre a Crusoe, no le sirva para nada en la isla, y en cambio sí lo hagan las provisiones que puede rescatar del barco, es de un simbolismo brillante.

Tampoco hay que dejar de lado valores como el optimismo del protagonista, que si bien tiene una base muy religiosa y capitalista, es un ejemplo de superación de los reveses de la vida y también de una existencia tranquila y sencilla en comunión con la naturaleza (aquí la novela se muestra ambigua, pues este valor es totalmente anticapitalista).


"Robinson Crusoe" se publicó en 1719 y es un documento imprescindible de su momento y de las líneas de pensamiento moral y económico de la Inglaterra que dominaba los mares y de gran parte de la Europa que competía por el gran pastel de África, Asia y las dos Américas.

La grandeza del disfrute de este tipo de obras consiste también en saber interpretarlas teniendo en cuenta la fecha en la que fueron escritas. Ésta, la narración más famosa de Defoe, ha sido adaptada como he dicho a todos los medios, normalmente muy suavizada, y todavía sigue generando cómics o películas.

Tuvo "Robinson Crusoe", debido a su éxito fulminante, una secuela: "Nuevas aventuras de Robinson Crusoe". Esta no repitió la popularidad de su predecesora.


lunes, 24 de junio de 2019

SEARCHING FOR SUGAR MAN. LA INCREÍBLE HISTORIA DE SIXTO RODRÍGUEZ


Pocos documentales me han sorprendido más que "Searching for Sugar Man", el debut del sueco Malik Bendjelloul, que descubrió al gran público a uno de esos personajes míticos de la música que llevaba décadas injustamente abandonado: Sixto Rodríguez, un artista con una historia extraordinaria a sus espaldas.

Trovador callejero de Detroit, bohemio, hombre sencillo y humilde hasta el paroxismo, de gran conciencia social, querido por su familia y por sus amigos, Rodríguez grabó dos álbumes folk a principios de los setenta ("Cold Fact" en 1971 y "Coming from Reality" en 1972) que no tuvieron apenas repercusión en los Estados Unidos pero que llegaron a ser míticos en... Sudáfrica.


En este país, Sixto Rodríguez fue un héroe musical de la lucha contra el Apartheid y su represión, un visionario que contagió rebeldía con sus letras sociales y anhelantes de libertad y de una vida sin mentiras y un personaje que en el país africano superó en fama a Elvis Presley, a los Beatles y a los Rolling Stones. Lo increíble, y lo triste, es que él no nunca lo supo... Hasta hace pocos años.

"Searching for Sugar Man" es un documental absolutamente fascinante en el que dos fanáticos de la música y de Rodríguez de Ciudad del Cabo buscan a su ídolo siguiendo toda clase de pistas hasta dar con él y recuperar su historia y su música y traerlo a Sudáfica, en donde se le creía muerto (se corrió el rumor de que se había suicidado durante uno de sus actos) y en donde a sus más de sesenta años llenó estadios en los histéricos conciertos que tuvo que haber dado cuando tenía treinta.


¿Qué pasó para que Rodríguez nunca supiese que era un ídolo en este país? ¿Por qué nadie le dijo nunca nada? Y lo más importante... ¿Quién se quedó el dinero que fuese que le correspondía por sus ventas sudafricanas?

"Searching for Sugar Man" bucea en su vida separando la verdad de la leyenda, investigando lo que ocurrió con él a partir de que su segundo y último disco hasta la fecha no tuviese ningún éxito en los USA y la discográfica le despidiese sin ningún miramiento mientras en Sudáfrica se convertía en un dios.


Bucea en este humilde albañil, en sus letras sociales y sobre perdedores, en lo que significó para un país oprimido por el racismo y el fascismo extremo que luchaba por acabar con esto y, finalmente, conocemos al propio Rodríguez, a su familia y a sus seres cercanos y descubrimos que estaba vivo, que siempre lo había estado, y asistimos por fin a uno de sus conciertos, a uno de esos que tendría que haber dado, por ejemplo, en 1973. 

El documental es toda una luminosa llamada a la esperanza y a la justicia cargado de optimismo vital (el del propio Rodríguez), pero también ataca de manera frontal a las discográficas y a su voracidad inhumana (y hay momentos geniales en donde se le pilla a más de uno con las manos en la masa).


"Searching for Sugar Man" es una jodida maravilla, una joya, un documental apasionante, novedoso, fresco y sentidísimo sobre un personaje que ya nunca me va a abandonar.

Por favor, escuchen sus discos. Escuchen temas como "Cause", "Crucify your mind", "Sugar Man" o "I wonder". Escúchenlos y verán. Me alegro de que esta historia haya tenido un final feliz.


viernes, 21 de junio de 2019

HITLER. LA VIDA Y LA MUERTE DE UN PERSONAJE REPULSIVO Y FASCINANTE


HITLER de Shigeru Mizuki - 1971 - ("Gekiga Hittorā")

Adolf Hitler era un "personaje" con todas las letras. Cómo aquel austriaco mediocre y extraño que en su juventud fue un pintor bohemio llegó a hacerse con Alemania y con media Europa es algo que nos sigue intrigando y a la vez poniendo los pelos de punta.

Shigeru Mizuki es un autor esencialmente de terror o que, por lo menos, se ha hecho famoso creando mundos en los que explora el folclore de su país, Japón.

Su manga "GeGeGe no Kitaro" es una auténtica enciclopedia de la cultura de los "yokai", esas famosas criaturas de todo tipo (los hay desde espectros hasta demonios) que son hoy bastante conocidas en occidente por otras obras.


Este autor tiene también en su haber, sin embargo, una creación magnífica y sugestiva: "Hitler". Sí, en ella habla de la vida del dictador del Tercer Reich desde sus inicios como artista mediocre y frustrado hasta su bien conocida muerte pasando por todo el horror que desató.

Mizuki, que con veinte años fue enviado a luchar por su país al Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, vivió toda su vida traumatizado por esa experiencia. Sobrevivió a la malaria de milagro y perdió el brazo izquierdo en una explosión (y, siendo zurdo, tuvo que re-aprenderlo todo con la mano diestra).


Tan horrorizado quedó por la guerra que se planteó incluso el quedarse a vivir en Papúa Nueva Guinea con los nativos del lugar, apartado de todo y de aquel Japón imperialista y horrible al que al final acabó volviendo para no abandonar a su familia.

"Hitler" viene a ser una suerte de intento de explicar qué es lo que pudo llevar al mundo a semejante contienda planetaria y qué fue lo que buscaba el monstruoso personaje que le da nombre y que lo empezó todo.


Mizuki cuenta que, cuando tenía dieciocho años, estaba, como medio Japón, fascinado por aquel hombre que había surgido de la nada y que había llevado a una Alemania humillada y pobre a aspirar a ser la dueña de Europa y de más allá. Le obsesionaba tanto que intentó hasta dejarse su bigote (no pudo por ser demasiado joven todavía).

Este cómic narra, exhaustivamente, cómo llegó a ser lo que fue. Lo hace en un estilo directo y objetivo, en el que se insertan diálogos y escenas que se reconstruyen tal y como se dice o se sabe que sucedieron; echa mano de la ficción pero de forma escrupulosamente respetuosa. 


No emite juicios sobre el tirano, pero la pregunta está constantemente en el aire: ¿cómo pudo aquel hombre que ni siquiera era alemán meterse en el bolsillo a un país entero?

Porque, como he dicho, Adolf Hitler es un personaje tan repulsivo como apasionante. Es apasionante como lo puede ser un Calígula, un Nerón, un Genghis Khan o un Enrique VIII. 

Asistimos a su juventud bohemia y pobre, a sus intentos de ser pintor, a sus aventuras durante la Primera Guerra Mundial (con episodios verdaderamente delirantes, de pura película), a su despertar patriótico y a su posterior obsesión con la germanofilia, a sus primeros pasos en la política y a su ascenso meteórico desde prácticamente cero hasta lo más alto.


También presenciamos lo que ya conocemos de sobra: la imposición de un régimen totalitario, la persecución del pueblo judío, la creación de los campos de extermino, las declaraciones de guerra temerarias y masivas, las campañas sangrientas e interminables.

Y conocemos a Goebbels, a Eva Braun, a Göring, a Himmler, y también a Mussolini, a Stalin, a Churchill, a Tojo y hasta al mismo Francisco Franco (se retrata el capítulo en el que Hitler trata sin éxito de pedirle ayuda para sus campañas).


Hitler sobrevivió a atentados casi sin pestañear, se creó una leyenda propia, hizo lo que le dio la gana con un pueblo muy orgulloso que ni siquiera era el suyo, se transformó en un dios en vida, trató de exterminar a una cultura por completo y se enfrentó a países como el Reino Unido, Francia o Rusia a la vez (lo cual le llevó a la perdición al final).

Shigeru Mizuki aporta a la historia un dibujo que viene del género del terror, el que él solía trabajar más, y que le viene como anillo al dedo. Hitler y sus compinches a veces parecen caricaturas fantasmales, parodias de seres humanos, y se mueven en ambientes oscuros, grises, tristes.


Las centenarias ciudades germanas, sus castillos y sus villas, son a veces en este cómic casi mansiones abandonadas. Y eso le sienta genial a su estética, única, acertada, extremadamente personal.

"Hitler" es un manga genial y necesario, un manga que nos recuerda en cada página cómo los personalismos, los endiosamientos y el patriotismo delirante pueden llevar en cualquier momento a la tragedia a cualquier país, especialmente si ha sido previamente humillado, como lo fue Alemania por los vencedores de la Primera Guerra Mundial. 


jueves, 20 de junio de 2019

EL CHAVO DEL OCHO. CLASISMO, BRUTALIDAD Y POBREZA EN UNA COMEDIA VECINAL


Todos estamos hartos de verlo. En sus mejores y en sus peores temporadas, en sus emisiones originales o en las miles de reposiciones que ha tenido. "El Chavo del Ocho", creada por el mexicano Roberto Gómez Bolaños, alias Chespirito, que dio vida a su propio protagonista, es una de las series más largas de la historia y uno de los más grandes éxitos mundiales de la producción televisiva de México. 

Se emitió desde 1971 hasta 1980 como programa independiente, pero siguió siendo televisada hasta 1992 como un sketch del programa "Chespirito", que dirigía el mismo Gómez Bolaños. Ahí es nada.


Aupada por el éxito previo de la también descacharrante parodia superheróica de "El Chapulín Colorado", también del entonces prolífico humorista, "El Chavo del Ocho" barrió las audiencias de toda Sudamérica y pegó el salto al gran charco para arrasar también en países como España.

Sus personajes, inconfundibles, llenos de carisma, tiernos y a la vez brutales (porque lo son), representaban las diversas clases sociales del México de su tiempo.

Se tiende a pensar que "El Chavo del Ocho" es una serie para niños, y yo creo que no lo es en absoluto. Puede que esté ligeramente camuflada en este formato, pero nada más lejos de la realidad.


Esta comedia de situaciones, a pesar de ser muy repetitiva y de narrar los mismos gags una y otra vez, es un retrato muy cruel de la peor sociedad de unos tiempos clasistas y terribles.

Sus personajes son a veces como he dicho tiernos, pero la mayoría de las veces son viles y hasta despreciables. No se libra nadie: ni el pobre, ni el rico. Tal vez, un poco, el Chavo, víctima casi constante de las barrabasadas de sus compañeros de desventuras.

En una vecindad mexicana cualquiera, con su patio de cotilleos donde la vida transcurre estancada, viven personajes de toda clase y condición que se dedican a hacerse la puñeta unos a otros con propósitos habitualmente repulsivos. A veces es cuestión de aparentar; a veces, de mera supervivencia. 


El Chavo es un niño que suele estar siempre dentro de un barril (aunque en algún capítulo se dice que vive realmente en el número ocho) y que es pobre, muy pobre, tanto como para pasar hambre de vez en cuando.

Sus compañeros de juegos son Quico, un pijo clasista y vomitivo, y la Chilindrina, una niña llorona e irritante que se mueve por lo que más le conviene.


Sus vecinos son doña Florinda, la madre de Quico, una hipócrita visillera que fue de clase alta y que hoy tiene el abolengo de capa caída pero que intenta aparentar lo contrario; don Ramón, el padre de la Chilindrina, un bribón que casi siempre está sin oficio y sin beneficio y que vive de timar a los demás o de la pura picaresca; la Bruja del 71, una vieja forrada de pasta (esta sí tiene dinero) pero que está sola en la vida y siempre en busca de un amante más joven que ella (que suele ser don Ramón).

Les rodean el señor Barriga, el rico dueño de la vecindad, clasista también como su hijo Ñoño, un niño pijo y repelente, y el profesor Jirafales, un maestro de escuela petulante que siempre da lecciones de civismo a los niños y que está enamorado de doña Florinda. Ninguno es un dechado de virtudes.


Amparándose en el gag visual y supuestamente infantil, "El Chavo del Ocho" mete bastantes tortazos a la sociedad mexicana de su momento.

Habla de clasismo, de hipocresía, de esnobismo, de pobreza, de paro, de frustración sexual, de adulterio y de hijos bastardos en una sociedad preocupadísima por la apariencia, de egoísmo, de vividores caraduras, de machismo, de ancianos solos en la vida, de niños desamparados, de analfabetismo, de guetos en las ciudades, de hambre incluso.


La crítica fue negativa en los primeros episodios de la serie, a la que calificó de violenta y burda. A pesar de ello, subió como la espuma hasta desbordar el vaso. Yo creo que muchos no supieron en su día ver lo que la creación de Chespirito encerraba o que directamente les molestó lo que retrataba, aunque no lo reconociesen.

Hay mucho más en "El Chavo del Ocho" de lo que mucha gente ve a primera vista. Por desgracia, es cierto que su humor se repetía hasta la saciedad (los mismos chistes y gags una y otra vez) y que sus últimas temporadas fueron ya bastante mediocres.


Carlos Villagrán, que daba vida a Quico, dejó el programa en 1978 tras pelearse con Chespirito por la autoría de su personaje para dedicarse a rodar sucedáneos del propio Quico que no tuvieron demasiado éxito. Un año después lo hizo Ramón Valdés (Don Ramón), que volvió en 1981, aunque enfermo de cáncer de estómago (fallecería en 1988).

La serie no se recuperaría de la falta de estos personajes básicos y sería intermitente en emisión y en calidad. Siempre estarán, sin embargo, sus primeras temporadas, su concepto de comedia social de humor y su mala leche a la hora de despellejar a la sociedad de su momento.

Créanme y revísenla: hay en "El Chavo del Ocho" más crítica social, más crueldad y más terror cotidiano del que creen que recuerdan. Creo que es una serie fantástica e inimitable, alargada en exceso pero básica en la historia de la "sitcom".