Nunca me he explicado por qué razón ha tardado en llegar tanto a España la biografía que H.P. Lovecraft se merecía. Porque esa es sin ninguna duda "El caminante de Providence", que ha editado El Transbordador en su Colección Gasmask.
Roberto García-Álvarez es su autor, y me parece absolutamente fascinante el trabajo que ha realizado para traernos esta maravilla del ensayo.
Creemos que de Lovecraft se ha dicho ya todo, pero no es cierto. Antes de leer este libro, yo mismo tenía una imagen muy distorsionada de su persona e incluso de su obra.
Del genio de Providence se ha dicho de todo, valga la redundancia, y muchas veces más malo que bueno. Como si todos los artistas hubiesen sido (o tuviesen que ser) perfectos e intachables. Varias de estas cosas son ciertas. Varias, no.
Es indispensable situarlo en su contexto, además: un hombre que nació en 1890 y no precisamente en un ambiente abierto de miras ni en una sociedad en la que abundase la libertad.
Lovecraft era racista. Sí, lo era. Y mucho. También era clasista, y estaba obsesionado con aparentar y mantener un estatus de señorito que realmente no tenía. Fue toda su vida incapaz de trabajar en algo que no fuesen sus escritos, y eso, entre otras cosas más, destruyó su matrimonio.
También era un extraño experto en autosabotear su propia carrera. Contrariamente a lo que se piensa, cosechó bastante fama con sus relatos, y tuvo admiradores fieles y buenas críticas y editores interesados en publicarle, pero él mismo destruyó inexplicablemente, y varias veces además, sus oportunidades de por lo menos tratar de vivir de la literatura, que era lo que le habría gustado lograr.
Sin embargo, Lovecraft también tenía virtudes. Era un escritor incansable y tocó todos los palos (además de sus novelas y relatos, dejó una cantidad gigantesca de material: poesías, artículos y ensayos, cartas, periódicos fundados por él mismo...).
Tampoco era una persona asocial en absoluto: tenía amigos, y bastantes. Muchos de ellos se comunicaban con él por correo, pero otros tantos eran buenos amigos a los que veía en persona a menudo en su propia ciudad o en otras localidades cada cierto tiempo.
También tuvo amigas mujeres. Y aunque en algunas de sus obras se ve una clara misoginia porque el papel de la mujer es anecdótico o directamente maligno, lo cierto es que mantuvo amistades con varias de ellas.
Fue, igualmente, un viajero incansable. Murió por desgracia con sólo 46 años de un cáncer fulminante en 1937, una época en la que no existían ni la mitad de los medios que hoy tenemos para combatir esta lacra, pero a lo largo de su vida, y teniendo en cuenta que nunca tuvo demasiado dinero (vivió de la herencia de sus padres, de lo que le daban sus tías y de los pocos trabajos que cobraba), viajó por todos los lugares de su país que pudo y llegó a pisar incluso Canadá (sus planes de visitar Inglaterra y otras zonas de Europa por desgracia se quedaron en planes).
Además, y esto es algo que no se sabe todo lo que tendría que saberse, Lovecraft, que la mayor parte de su vida fue un conservador estricto y por momentos enfermizo, viró en sus últimos años a unas ideas de izquierdas. Muy particulares y pasadas por su filtro, sí, pero de izquierdas.
Y como falleció antes de llegar siquiera a la mediana edad, no podemos saber cómo habría evolucionado en el futuro, pero este giro está ahí, y probado.
Roberto García-Álvarez desgrana, año por año y obra por obra, su vida y su carrera. Desde su infancia hasta su muerte. Escrito por escrito, viaje por viaje, época por época. Sus crisis de salud, sus visitas a amigos, las fiestas en las que estuvo (sí, fue a fiestas también), su desastroso matrimonio y su etapa de vida en Nueva York. Todo.
Como he dicho, el trabajo que este autor ha llevado a cabo ha tenido que ser abrumador. Un mérito increíble. Por eso este libro es tan fantástico.
Mientras narra lo que fue la vida de Lovecraft, nos regala además lúcidas apreciaciones de su tiempo, de su pensamiento, de los significados que plasmaba en sus relatos, de sus incoherencias ideológicas y políticas, de su desprecio por la religión y su racismo, de su obsesión por todo lo inglés (tenía idealizado al país de sus ancestros) y su odio por la cultura mercantilista norteamericana, de su amor por su Providence natal y por su ya rancio y decadente pasado señorial, de su mundo interior basado en la sensación de sentirse desprotegido en la vida y en el universo que le llevó a crear los monstruos y entes que ya conocemos tan bien.
"El caminante de Providence" se bebe en un vuelo, a pesar de que es un libro grande, extenso, de muchas, muchas páginas (deliciosas todas).
Me parece la biografía definitiva del creador de Cthulhu y creo que todo amante de su obra debería tenerla (por cierto, viene con un prólogo de S.T. Yoshi, el mayor experto en el autor que existe: un lujazo total).
No solamente esclarece esta mencionada obra las circunstancias en la que fue creado cada uno de sus relatos, sino que esclarece lo que fue realmente la vida de un escritor que, como todos, era hijo de su tiempo, pero que tampoco era tan asocial, tan misántropo y tan inhumano como se lleva pensando décadas que fue.
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