sábado, 14 de septiembre de 2019

EL VIEJO Y EL MAR. LA LUCHA, EL FRACASO Y LA NATURALEZA INDOMABLE


Ernest Hemingway es un autor polémico y hoy es uno de los más revisados de la Generación Perdida, el grupo en el que fue englobado junto a otros grandes como William Faulkner, Francis Scott Fitgerald, John Steinbeck o John Doss Passos.

En muchas de sus obras expertos han rastreado machismo y homofobia, e incluso antisemitismo. La que hoy comento es la que posiblemente sea la más famosa de todas ellas: "El viejo y el mar".

En sus páginas, no he encontrado nada de esto, aunque también es cierto que sus escritos más criticados son anteriores a ella: novelas como "Fiesta" o "Tener y no tener".


"El viejo y el mar" fue su última creación publicada en vida y creo que resume perfectamente muchas de las claves de su forma de ver el mundo.

Criticada por ser una obra protagonizada exclusivamente por hombres, narra la historia de un pescador cubano viudo (basado en un personaje real del que hablaré ahora) que, en la pobreza extrema y en la vejez, trata de pescar un pez gigantesco que le de el dinero y la admiración de sus compañeros; un regusto de su vieja gloria.

Hemingway adoraba la naturaleza y en sus relatos aparecen hombres fuertes que la doman con tanta agresividad como respeto.


El viejo pescador, que llegó a ser incluso un maestro de las competiciones de pulso de La Habana en su juventud, vive ahora en un pequeño pueblo de las afueras de esta ciudad y lo ha perdido todo: hasta a su ayudante, un muchacho que le quiere como a un padre pero que ha sido obligado a abandonarle por su familia porque hace meses que no atrapa nada.

El viejo pescador sale una madrugada más dispuesto a todo para cambiar su situación. Apenas ha desayunado un café y sólo tiene una botella de agua, pero no volverá a tierra hasta que haya capturado algo digno, que se le presenta en la forma del mencionado pez gigantesco.


A partir de aquí, empieza un combate empecinado contra la naturaleza que ocupa la mayor parte del libro, compuesto de un solo capítulo y de una extensión corta.

El pez se engancha en el sedal del viejo, y tira de su barca durante más de un día buscando liberarse. El viejo se aferra a él con todas sus fuerzas. Sólo bebe agua a sorbos, come pescado crudo de sabor terrible pero lleno de proteínas para poder aguantar, no duerme, no abandona apenas su postura agarrado a la cuerda.


Y, sin embargo, trata al pez como a un hermano, al que respeta y al que pide perdón. La visión de Hemingway de la naturaleza como madre redentora, como lugar donde el hombre se prueba a sí mismo una y otra vez, es casi la protagonista absoluta de "El viejo y el mar".

Sus hombres luchan sin cesar contra ella para probarse a sí mismos, y la lucha es muchas veces el propio fin.

La adversidad es un reto constante casi deseable, a pesar de que también existe en la novela un retrato crítico de la mala vida que llevaban las clases pescadoras en la Cuba de los años cincuenta, que Hemingway, gran viajero, conocía muy bien.


El fracaso llega incluso a ser secundario para el viejo y para el escritor si el luchador ha demostrado que nunca ha dejado de luchar: hasta el final.

El desolador desenlace de la novela, imbuido de ese lirismo delicado y melancólico lleno de dignidad, lo certifica.

En todo ello, prevalece además la amistad y la lealtad: la relación entre el viejo y su antiguo discípulo es una de las más sentidas, emotivas y conmovedoras de la historia de la literatura, un encuentro generacional puro y limpio, de admiración y respeto.


El estilo de Hemingway es aquí el ejemplo perfecto de sus grandes claves: su "Teoría del Iceberg" redondea una forma de escribir directa y desnuda, casi periodística, que sin embargo esconde en su interior, detrás de acciones cotidianas aparentemente casuales, un gigantesco mundo propio.

El viejo de "El viejo y el mar" fue supuestamente un canario emigrado a Cuba y nacionalizado cubano llamado Gregorio Fuentes al que el autor contrató como marinero para pilotar su yate y con el que desarrolló amistad.


Gregorio Fuentes, llegado a principios del siglo XX desde las Islas Canarias con seis años, huyendo de la pobreza, se estableció en Cojímar, un pequeño pueblo pesquero muy cercano a La Habana en el que vivió toda su vida: este pueblo coincide con el de la novela en muchos aspectos.

Ernest Hemingway se suicidó en 1961 disparándose un tiro en la cabeza y Gregorio Fuentes murió de cáncer en 2002 con 104 años.

Queda para la historia su amistad y queda para la historia la siempre polémica obra de un escritor inimitable, sobrevalorado para algunos, que nunca ha dejado de ser estudiado y que suscita casi siempre acalorados debates.


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