martes, 26 de febrero de 2019

CLÁSICOS DISNEY. BLANCANIEVES Y LOS SIETE ENANITOS


Los dibujos animados y las películas de imagen real del gran imperio de Walt Disney han marcado las infancias (y más allá) de muchísimas generaciones.

Comentan que el llamado cariñosamente “Tío Walt” como dibujante no valía gran cosa, y que ni siquiera era original con sus tramas y conceptos. Tampoco fue un pionero de la animación, como se cree a menudo. Eso sí, nadie le pudo negar nunca su valía como líder y como empresario. 


En los años treinta ideó un proceso de producción que se convirtió con rapidez en un modelo estándar para crear dibujos animados, con trabajadores especializados exclusivamente en un área: color, fondos, animación, personajes...


La compañía Disney empieza su andadura hacia la fama mundial con cortometrajes de ocho minutos construidos según este modelo y distribuidos por la United Artists. Estos trabajos estaban protagonizados por seres que hoy en día son indiscutibles iconos culturales norteamericanos y aún reyes del merchandisging: los ratones Mickey y Minnie, los patos Donald y Daisy, el perro Pluto, el “perro” (o lo que quiera que sea) Goofy, el gato Pete...

Junto a ellos aparecían otros que, por diversas razones, han sido más olvidados, como el caballo Horacio o la vaca Clarabella.


Pronto, Walt Disney, convencido de que la animación también tenía que dar el salto al largometraje, dirigió, en contra de casi todos los que le rodeaban, "Blancanieves y los Siete Enanitos", que fue uno de los mayores éxitos de la historia del cine y que le catapultó directamente a la gloria.

A partir de entonces, la fórmula se repitió durante muchas décadas: cada cierto tiempo, su empresa adaptaría un cuento o historia clásica para la gran pantalla, además de crear otras propias.


Disney dejó de dirigir para dedicarse a la producción y a la supervisión de su negocio, que terminó haciéndole multimillonario. El merchandising fue imparable, y hasta se construyeron parques de atracciones dedicados a su mundo: los Disneyland. 

Las creaciones de esta compañía se asentaron en la memoria colectiva de casi todo el planeta. Sus filmes exhibían una animación deslumbrante, una imaginación prodigiosa y una técnica y perfección incomparables para la época. Eran transmisores de mensajes moralizantes y llenos de buenos sentimientos, aunque también tenían un toque ciertamente siniestro y cruel.


Porque, efectivamente, también sirvieron sus películas para ayudar a transmitir la ideología norteamericana de sus respectivos momentos: en muchísimos largometrajes de Walt Disney se pueden rastrear huellas de imperialismo, de desprecio hacia "razas inferiores", de machismo, de anticomunismo, de exaltación de valores ultraconservadores.

El mismo Walt arrastra su leyenda negra: para algunos fue un hombre maravilloso que simbolizaba el poder de los sueños, del optimismo y de la bondad; para otros fue un tirano lleno de prejuicios y de odios, homófobo, misógino y anti-comunista. ¿Qué hay de real en todo esto?


BLANCANIEVES Y LOS SIETE ENANITOS

Walt Disney tenía en contra a sus inversores, a sus colaboradores, a sus amigos y hasta a algunos de sus familiares cuando se empeñó en rodar el primer largometraje de animación de la histora: “Blancanieves y los Siete Enanitos” (aunque para algunos esta distinción no es adecuada).


Pocos creían que este “género” debiera salir de su exitoso formato de cortometraje de ocho minutos. Pero Walt, que era un visionario indiscutible, luchó hasta el final por su proyecto y lo dirigió él mismo.

Tres años de durísimo trabajo tardó en terminarlo en compañía de trescientos ilustradores y diseñadores. Más de un millón de dibujos quedaron para la historia y los costes quintuplicaron las previsiones. En Hollywood empezaron a burlarse de la película antes de verla terminada y dejaron de confiar en ella, por lo que Disney hasta estuvo a punto de arruinarse. 


"Blancanieves y los Siete Enanitos", por suerte, arrasó en todos los aspectos, se llevó un Oscar y fue la película más taquillera de la historia hasta la llegada de "Lo que el viento se llevó". La locura llegó a las salas: fue el comienzo del gran imperio de su creador.


La historia, basada en el cuento de los hermanos Grimm, mantenía ese justo nivel de delicadeza y de oscuridad de los cuentos de hadas clásicos, con preciosas escenas de amor y delirantes momentos de humor y con pasajes realmente escalofriantes (los protagonizados por la madrastra bruja especialmente).

La animación era prodigiosa, fluida y realista como nunca se había visto. Se utilizó una cámara multiplanos para desarollarla con esta naturalidad, y se usó para los brillantes decorados una torre para colocar cristales equidistantes con el objetivo de crear una absorbente profundidad. 


La banda sonora todavía es hoy famosa (quien no recuerda el canto de los enanos). Poco más que decir de una de las más grandes obras maestras de la animación, a pesar de su mensaje conservador que hoy, especialmente, nos chirría tanto. Era 1937.


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