domingo, 17 de enero de 2021

DIAMANTES PARA LA ETERNIDAD. EL MOMENTÁNEO RETORNO DE CONNERY

DIAMANTES PARA LA ETERNIDAD de Guy Hamilton - 1971 - ("Diamonds are forever")

Después del injustísimo batacazo a casi todos los niveles de "007 al Servicio Secreto de Su Majestad", Albert R. Broccoli y Harry Saltzman no quisieron arriesgarse en prácticamente nada para el siguiente filme de la saga, "Diamantes para la eternidad". 

Así, tras la marcha/expulsión (todavía no ha quedado claro que es lo que pasó realmente) del James Bond más efímero de la historia, George Lazenby, se propusieron volver a contar con Sean Connery a toda costa, lo cual consiguieron soltándole una enormísima suma de dinero (que él sin embargo donó a una fundación escocesa de ayuda infantil) y buscándole contratos jugosos con otras productoras que le permitiesen salir adelante como "actor serio", que era lo que él buscaba realmente por encima de los beneficios económicos. 

Aún así, también se intentó a toda costa reclutar a un nuevo actor estrella para el siguiente filme de la franquicia, ya que Connery aseguró que jamás volvería a ser el agente 007 tras esta inesperada vuelta a la saga oficial (sin embargo, volvería a serlo para la saga no oficial en 1983 con "Nunca digas nunca jamás", el remake de "Operación Trueno" de Kevin McClory y Jack Witthingham). 

Tras haber barajado nombres como los de Timothy Dalton (que sí acabaría siendo James Bond, pero muchos años después, en la década de los ochenta), Steve McQueen, Robert Redford o John Gavin, terminó Roger Morre haciéndose con el papel sustituto de Connery. 

"Diamantes para la eternidad", dirigida por Guy Hamilton, que ya se hizo cargo de la genial "James Bond contra Goldfinger", es la película de transición entre la época del referido Connery y la de Moore, que por cierto sería la más larga de todas (aunque también la que empezaría a ver desinflarse en calidad al mito del espía británico).

Bond se enfrenta por última vez a Blofled y acaba por fin con la organización criminal SPECTRA en un filme en el que se vuelve a retomar la fórmula anterior con unas variantes más cómicas de lo habitual que le hace perder muchos enteros y que, por desgracia, quedarían establecidas en casi todos los siete siguientes. 


El espía británico se aleja de la humanidad exhibida en "007 al Servicio Secreto de Su Majestad" y se impone, por primera vez, la "fórmula Roger Moore" (de hecho, esta película parece estar ya hecha a su medida, y no a la de Connery): a la aventura y al misterio de siempre se le une un grueso toque de comedia (a veces casi familiar) y el agente británico, lejos de mostrarse afligido o amargado por el reciente y traumático asesinato de su esposa, actúa casi como si nada hubiese pasado e incluso se muestra más divertido y socarrón de lo habitual a pesar de que sí exprese su deseo de vengarse de Blofeld. 

En este sentido, la saga pierde mucha profundidad y alicientes, y lo peor es que, hasta la llegada del 007 de Timothy Dalton se mantendrá ya así (lo que no quita que muchas de las cintas de Roger Moore no sean divertidas, especialmente las primeras, y también que haya alguna más seria como "La espía que me amó").

La séptima película de la saga de James Bond está así cargada de elementos cómicos, de escenas de acción muy "cachondas" (una pelea en un ascensor bastante bestia, persecuciones con montones de coches destrozados, una lucha cuerpo a cuerpo con dos bellezas asesinas y hasta una huida en vehículo lunar), de efectos especiales desaforados (el pirotécnico combate final en la plataforma petrolífera no escatima en absolutamente nada) y, sobre todo, de personajes tremendamente estrambóticos. 

El brutal Peter Franks, las sensuales asesinas pulp Bambi y Thumper y los matones gays Wint y Kidd (dos personajes cargados de una homofobia galopante, propia de su tiempo) configuran una de las galerías más conscientemente delirantes de villanos de la franquicia. 


El que pierde un poco en carisma es, sin embargo, el que menos tendría que haber perdido: Charles Gray da vida con solvencia a Blofeld, aunque no está a la altura de los interpretados por Donald Pleasence y Terry Savalas. 

Los secundarios que están del lado de Bond también son algo flojitos: la chica de turno, Jill St. John, vuelve a ser un tremendamente sexy estorbo para el espía británico (la escena del intercambio de la cinta dentro del bikini la deja casi como una estúpida) que demuestra que el machismo ha retornado a la saga y el aliado de Bond vuelve a ser una vez más Felix Leiter, que, interpretado ahora por Norman Burton, está simplemente aceptable (claro que tampoco tiene gran protagonismo, menos incluso que en "Operación Trueno" –este hecho volvió, una vez más, a disgustar a los fans de las novelas, en donde Leiter tiene muchísima más relevancia-).


"Diamantes para la Eternidad", a pesar del tono cómico que la aleja de sus antecesoras, es básicamente una película disfrutable, aunque resulta, hasta la fecha, la más floja de las siete entonces existentes junto a la por momentos cansina "Operación Trueno". 

Con este filme se despedía Sean Connery de la franquicia oficial y, también, la organización criminal SPECTRA y su jefe, que por fin son destruidos. 


Las razones de esto último tuvieron mucho que ver con la batalla legal que EON estableció con Kevin McClory y Jack Wittingham, que escribieron el guión original de la mencionada "Operación Trueno" junto a Ian Fleming, guión que no llegó a utilizarse y que, sin embargo, el escritor usó para su novela homónima. 

Esta batalla legal le dio a McClory y a Wittingham derechos para emplear en otros productos tanto a James Bond como a SPECTRA y a Blofeld (lo harían en 1983 con su versión alternativa de la susodicha "Operación Trueno", "Nunca digas nunca jamás"), por lo que EON decidió terminar con esta orden de villanos y dar paso a otros nuevos para la etapa de Roger Moore.

No hay comentarios:

Publicar un comentario