LA CARRETERA de Cormac McCarthy - 2006 - ("The Road")
Cormac McCarthy es un autor que casi nunca deja indiferente. Por violento y por oscuro, sí, pero también por sorpresas increíbles e inesperadas que nos regala en prácticamente todas sus novelas.
"La carretera" me impactó muchísimo. Y todas las veces que la he leído me ha dejado igual de destrozado y, a la vez, esperanzado. Porque aunque sea una novela negrísima, post-apocalíptica, esconde uno de los mensajes más bellos que tenido el gusto de descubrir en su obra.
A veces, este autor norteamericano es terriblemente pesimista. Ocurre en "Meridiano de Sangre". Otras, es extrañamente tierno, a pesar de que prácticamente todas sus historias están llenas de brutalidad. Ocurre en la "Trilogía de la Frontera" o en "Suttree". Y también en la que hoy comentamos.
"La carretera" narra el viaje de un padre y un hijo sin nombres que siguen una carretera, valga la redundancia, hacia el sur por una Norteamérica profunda que ha sido destrozada, como el planeta entero al parecer, por un apocalipsis del que nadie sabe nada pero cuyas causas todos imaginan (posiblemente, alguna catástrofe o guerra de carácter nuclear a nivel mundial).
Ambos buscar el calor, la comida y una vida mejor huyendo, una vez más, de los seres humanos, que vuelven a ser los animales más salvajes y crueles de todos y, aquí, los únicos que quedan en la Tierra prácticamente (se ha extinguido casi toda la vida que conocemos).
En un ambiente de ceniza y lluvia constante, sin un solo lugar para la luz y marcado por las heridas abiertas de las ruinas de lo que fue la civilización se desarrolla "La carretera"; en un ambiente en el que no hay absolutamente ninguna esperanza para el hombre, que se dedica a practicar el canibalismo para malvivir y que nunca podrá volver a ser lo que era (por lo menos en varios siglos).
La sensación de impotencia es total: McCarthy no da una sola tregua al lector, que poco a poco se va sumergiendo en una espiral de pesimismo negrísima que llega, literalmente, a aplastarle.
Fuego, hambre, miseria extrema, violencia y sangre por doquier, insolidaridad, ciudades abandonadas y una población mundial que posiblemente haya quedado reducida al cinco por ciento de lo que fue se intercalan con flechazos de una vida anterior que ya no volverá.
Los dos protagonistas, sin embargo, son muy distintos: el padre sólo vive para la superviviencia; el hijo, aunque no ha conocido el viejo mundo, ha desarrollado un fuerte sentimiento solidario que puede acabar, por desgracia, costándole la vida.
El tira y afloja entre ambos es constante, aún mientras son acosados por bandas de caníbales o por merodeadores que quieren matarles o quitarles lo que tienen.
McCarthy, que escribió "La carretera" como homenaje a su propio hijo, nos sorprende con un alegato extrañamente esperanzador, siempre coherente, por la fraternidad y por la mencionada solidaridad, que termina brillando en medio de la barbarie más absoluta e irremediable.
El estilo del autor, abigarrado pero fluido, cargado pero ágil, delinea un mundo terrorífico y macabro, con adjetivos que duelen, con acciones descritas con un horror ya cotidiano que chocan sin cesar con la comodidad de quien lee el libro.
Los diálogos son escuetos, fríos, agotados, pero están llenos de significado y describen perfectamente a los personajes en solamente unas pocas pinceladas.
"La carretera" no es una novela fácil. Es dura, no hace concesiones, y puede llegar incluso a ser insoportable en algunos pasajes. Y, sin embargo, es brillante, y sabe sacar lo mejor del ser humano en donde aparentemente no iba a surgir nada.
Lo pasarán mal con ella, seguro. Pero también se sorprenderán con uno de los mensajes más esperanzadores que ha dado nunca la literatura moderna. Porque, a pesar de todo, la vida merece la pena.
En 2009, el australiano John Hillcoat dirigió una adaptación más que notable que recomiendo también y que capta a la perfección toda la esencia de esta imprescindible novela.
"La carretera" me impactó muchísimo. Y todas las veces que la he leído me ha dejado igual de destrozado y, a la vez, esperanzado. Porque aunque sea una novela negrísima, post-apocalíptica, esconde uno de los mensajes más bellos que tenido el gusto de descubrir en su obra.
A veces, este autor norteamericano es terriblemente pesimista. Ocurre en "Meridiano de Sangre". Otras, es extrañamente tierno, a pesar de que prácticamente todas sus historias están llenas de brutalidad. Ocurre en la "Trilogía de la Frontera" o en "Suttree". Y también en la que hoy comentamos.
"La carretera" narra el viaje de un padre y un hijo sin nombres que siguen una carretera, valga la redundancia, hacia el sur por una Norteamérica profunda que ha sido destrozada, como el planeta entero al parecer, por un apocalipsis del que nadie sabe nada pero cuyas causas todos imaginan (posiblemente, alguna catástrofe o guerra de carácter nuclear a nivel mundial).
Ambos buscar el calor, la comida y una vida mejor huyendo, una vez más, de los seres humanos, que vuelven a ser los animales más salvajes y crueles de todos y, aquí, los únicos que quedan en la Tierra prácticamente (se ha extinguido casi toda la vida que conocemos).
En un ambiente de ceniza y lluvia constante, sin un solo lugar para la luz y marcado por las heridas abiertas de las ruinas de lo que fue la civilización se desarrolla "La carretera"; en un ambiente en el que no hay absolutamente ninguna esperanza para el hombre, que se dedica a practicar el canibalismo para malvivir y que nunca podrá volver a ser lo que era (por lo menos en varios siglos).
La sensación de impotencia es total: McCarthy no da una sola tregua al lector, que poco a poco se va sumergiendo en una espiral de pesimismo negrísima que llega, literalmente, a aplastarle.
Fuego, hambre, miseria extrema, violencia y sangre por doquier, insolidaridad, ciudades abandonadas y una población mundial que posiblemente haya quedado reducida al cinco por ciento de lo que fue se intercalan con flechazos de una vida anterior que ya no volverá.
Los dos protagonistas, sin embargo, son muy distintos: el padre sólo vive para la superviviencia; el hijo, aunque no ha conocido el viejo mundo, ha desarrollado un fuerte sentimiento solidario que puede acabar, por desgracia, costándole la vida.
El tira y afloja entre ambos es constante, aún mientras son acosados por bandas de caníbales o por merodeadores que quieren matarles o quitarles lo que tienen.
McCarthy, que escribió "La carretera" como homenaje a su propio hijo, nos sorprende con un alegato extrañamente esperanzador, siempre coherente, por la fraternidad y por la mencionada solidaridad, que termina brillando en medio de la barbarie más absoluta e irremediable.
El estilo del autor, abigarrado pero fluido, cargado pero ágil, delinea un mundo terrorífico y macabro, con adjetivos que duelen, con acciones descritas con un horror ya cotidiano que chocan sin cesar con la comodidad de quien lee el libro.
Los diálogos son escuetos, fríos, agotados, pero están llenos de significado y describen perfectamente a los personajes en solamente unas pocas pinceladas.
"La carretera" no es una novela fácil. Es dura, no hace concesiones, y puede llegar incluso a ser insoportable en algunos pasajes. Y, sin embargo, es brillante, y sabe sacar lo mejor del ser humano en donde aparentemente no iba a surgir nada.
Lo pasarán mal con ella, seguro. Pero también se sorprenderán con uno de los mensajes más esperanzadores que ha dado nunca la literatura moderna. Porque, a pesar de todo, la vida merece la pena.
En 2009, el australiano John Hillcoat dirigió una adaptación más que notable que recomiendo también y que capta a la perfección toda la esencia de esta imprescindible novela.
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