George R.R. Martin es de sobra conocido hoy en día por su saga interminable (en todos los sentidos, ya saben a qué me refiero) "Canción de Hielo y Fuego" (o "Juego de Tronos", a grandes rasgos).
Corre el riesgo, pienso, de ser devorado por la “maldición de la única obra”. Porque lo cierto es que este escritor de Nueva Jersey lleva publicando activamente desde los años setenta y, antes de ser mundialmente conocido por su drama de magia y espadas, ya tenía un respetado nombre debido a diversas novelas desgajadas del amplio universo de Poniente y Essos.
R.R. Martin ha tocado antes la ciencia ficción (en "Muerte de la luz" y "Los viajes de Tuf"), la fantasía también de corte político como la propia "Juego de Tronos" (en "Refugio del viento", escrito junto a su entonces esposa Lisa Tuttle, también uno de los nombres básicos de la literatura de este género), el terror (en "Los Reyes de la Arena", uno de los cuentos más impresionantes que he leído nunca) y hasta el retrato pop norteamericano (en "El rag del Armagedón", una de sus obras menos recordadas).
También escribió, en 1982, una de las novelas de vampiros más destacadas de la literatura de su país: "Sueño del Fevre". Vampiros en el Mississipi, en los años en los que la esclavitud estaba a punto de ser abolida.
Barcos de vapor, pantanos oscuros, un río que es metáfora del progreso y del salvajismo, unos personajes íntegros que se enfrentan a la deshumanización en persona (porque "Sueño del Fevre" tiene un villano de diez) y sangre, mucha sangre, y disparos, y puñaladas, y mucha aventura.
"Sueño del Fevre" es una alegoría de la explotación. No se ambienta de casualidad en los últimos referidos años de la esclavitud en Norteamérica: los vampiros son un símbolo por encima de todo, y los humanos, que compran y venden a personas de una raza a la que consideran inferior, no son mejores que ellos.
Hay, por suerte, algunos que tratan de plantar la semilla de la diferencia, y aquí entramos de lleno en una espléndida fábula moral sobre la amistad y la fraternidad.
George R.R. Martin si algo sabe es crear a personajes carismáticos, y los de esta novela lo son, los “buenos” y los “malos”. La relación entre Abner Marsh y Joshua York es hermosa como pocas. Y, como he dicho, el villano de la función es de altura, de mucha altura: ya lo descubrirán en sus páginas. Los secundarios tampoco se quedan atrás: en especial Billy Vinagre es del todo inolvidable, otro carácter magnífico y genial.
El libro, escrito con ritmo aventurero, adolece de un desenlace bastante precipitado, eso sí. Parece que Martin era todavía un escritor primerizo en aquellos inicios de los ochenta, y deja colgando algunas subtramas de mala manera y para colmo se pasa un poco con las elipsis y lo soluciona todo tras desarrollar muy bien toda la primera parte en unas siete u ocho páginas, a toda máquina (nunca mejor dicho).
No lastra esto, sin embargo, una novela que es entretenidísima y que ofrece una lectura novedosa y muy interesante de los manidos mitos vampíricos de siempre, a los que consigue reinventar con probada solvencia.
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