miércoles, 26 de junio de 2019

ROBINSON CRUSOE. UN CLÁSICO DE AVENTURAS QUE RETRATA UNA ÉPOCA INFAME


Una de las primeras novelas "adaptadas" que me regalaron cuando era niño fue "Robinson Crusoe". Fue también una de las primeras que le regalaron a mi padre. Y a uno de mis abuelos.

Junto a obras como las de los dos Dumas o Jules Verne, por poner dos ejemplos gruesos, la historia del náufrago más famoso del planeta es uno de los grandes referentes de la narrativa de aventuras de todos los tiempos.

Sin embargo, una novela como "Robinson Crusoe" va mucho más allá de la mera aventura. Cuando, ya adulto, la he leído en su versión íntegra, he descubierto su capacidad como documento para representar ante nuestros ojos toda una época y me he sorprendido ante muchos de los pasajes que contiene, que hoy nos parecen absolutamente aberrantes.


Daniel Defoe es uno de los grandes escritores ingleses de la historia. No tengo ni que decirlo. No sólo por esta novela, sino por otras como "Moll Flanders". Era un hombre que simbolizaba como pocos, pienso, la idiosincracia del inglés de su momento (nació alrededor de 1660 y murió en 1731) y también sus incongruencias.

Puritano que creía en el trabajo duro y en la gracia divina, era, también, un comerciante aguerrido que tocó negocios de todo tipo pero que sin embargo se arruinó en varias ocasiones. Igualmente, tuvo problemas políticos por atacar públicamente en panfletos a los Altos Tories que le llevaron a la picota y a la cárcel en alguna ocasión.


En "Robinson Crusoe" expone su ideario por medio de una aventura llena de peripecias. Literariamente, su maestría es incuestionable. Es una delicia leerle, y las constantes desventuras del protagonista consiguen que el libro se termine con rapidez y gusto.

Es en su sustrato ideológico donde a alguien de nuestros días le revela cómo de terrible era la sociedad de su momento.

Defoe se basó al parecer para crear a su personaje estrella en la vida de Alexander Selkirk, un marinero escocés que pasó cuatro años y cuatro meses viviendo como un náufrago en una isla desierta frente a las costas de Chile.


Este personaje le sirve para retratar su visión del "hombre perfecto", de moral suprema e intachable, colonialista y creyente.

Robinson Crusoe se mete en el lío que le condena a la soledad por no obedecer a su padre, que quería que se quedase en York, su ciudad natal, llevando la tranquila vida de negocios que él le había dispuesto.

La desobediencia a la figura paterna es algo que pagará de sobra, y aquí está la primera lección moral de la novela.


El protagonista se embarca y es hecho prisionero por unos piratas frente a las costas de Marruecos y convertido en esclavo en la ciudad de Saleh, destino del cual escapa gracias a un capitán portugués y tras lo cual se instala en Brasil.

Desde allí emprende otra aventura que es la que le lleva a naufragar en la isla perdida cercana a la desembocadura del Orinoco en la que pasará sus famosos veintiocho años en una soledad casi total.

El primer hecho que sorprende es el porqué de los viajes del protagonista: su objetivo era comprar esclavos negros. En la novela se menciona este hecho como algo completamente natural, y resulta escalofriante constatar cómo estas personas, capturadas en África y vendidas en las Américas, eran tratadas como meros objetos animados.


Sorprende la dualidad moral de los religiosos de la época. Y Defoe lo era mucho: era muy, muy religioso; era un reconocido puritano, como he señalado.

Posiblemente, como tantos en su momento, y como se desprende de la ideología del resto de la novela, considerase a los africanos seres inferiores para los que la esclavitud era algo justo y necesario, pues los salvaba de sus vidas "salvajes" y los llevaba a la "civilización" y a la "verdadera religión".

Esto sorprende especialmente además porque Robinson, antes de llegar a Brasil, ha sido esclavizado en una tierra extraña, con una cultura y una religión totalmente diferentes a las suyas, y conoce bien la vida de penurias a la que son sometidas las personas que tienen esta desgracia.


La falta total de empatía ante seres humanos que sufren una injusticia como la que él mismo ha padecido resulta por momentos espeluznante. Especialmente porque Robinson Crusoe se acaba transformando en un hombre extremadamente religioso y porque la novela es una narración de carácter moral.

El trato que da a Viernes, el chico al que salva de los caníbales que visitan su isla a menudo, parece darnos la pista definitiva: es un joven de una raza nativa al que considera inferior e incivilizado, pero al que acoge como un padre protector para enseñarle todo su saber de hombre blanco.

Incluso le pone el nombre de Viernes: le anula por completo toda su identidad original, que apenas es retratada, que aparece muy difusa, prácticamente inexistente. Y todo ello a pesar de que entre los dos surge una sincera y entregada amistad que va a durar toda la vida.


¿Paternalismo? Exacto. Es bien sabido que una de las grandes justificaciones morales de la esclavitud de los africanos o de los indios en occidente fue el "deber moral" de darles esa religión verdadera, esas costumbres civilizadas, que ellos, que vivían en ambientes considerados brutales y sórdidos, no tenían.

Era una verdadera "labor solidaria" que apoyaba a un sistema repulsivo como era el esclavismo, una de las peores vergüenzas de la humanidad y que se ha dado en prácticamente todas las culturas de todos los continentes.


El propio Viernes se ofrece a Crusoe como una "pertenencia suya". Se arrodilla ante él y le pide que ponga su pie sobre su cabeza por haberle salvado de los caníbales.

Posteriormente, descubrimos que incluso tiene familiares en otras islas cercanas, pero él no parece acordarse demasiado de ellos, sólo del hombre blanco al que le debe la vida y su re-educación.

Esta novela, tantas veces adaptada al cine y a otros medios, es en sí un panfleto de la moral de su época (no en vano, Defoe era un panfletista famoso y polémico, como he referido).


Robinson Crusoe es el inglés perfecto, el colonialista perfecto: un imperialista magnánimo y "justo" que protege a las culturas "inferiores" y que las introduce en sus ideas y en su religión, que hace suya desde el primer momento una isla en la que naufraga (y en la que hay presencias de otros pueblos anteriores a él) y que se redime por medio del abrazo del cristianismo y de la comunión con la naturaleza (entendida en su concepción más divina).

Sobra decir que el papel de la mujer en la obra es prácticamente inexistente y que el protagonista encarna otra de las grandes virtudes del momento en el mundo occidental: la abstinencia sexual.

En ningún pasaje hay una sola referencia clara al sexo o a la extrañeza de la compañía femenina: Dios le protege siempre y le da por medio de la naturaleza todo lo que necesita, y esto basta para que él no tenga nunca "malos pensamientos".


También hay mensajes positivos en la obra y que nos sirven de lección para nuestros días, ojo. El hecho de que el dinero, lo que más le ha preocupado siempre a Crusoe, no le sirva para nada en la isla, y en cambio sí lo hagan las provisiones que puede rescatar del barco, es de un simbolismo brillante.

Tampoco hay que dejar de lado valores como el optimismo del protagonista, que si bien tiene una base muy religiosa y capitalista, es un ejemplo de superación de los reveses de la vida y también de una existencia tranquila y sencilla en comunión con la naturaleza (aquí la novela se muestra ambigua, pues este valor es totalmente anticapitalista).


"Robinson Crusoe" se publicó en 1719 y es un documento imprescindible de su momento y de las líneas de pensamiento moral y económico de la Inglaterra que dominaba los mares y de gran parte de la Europa que competía por el gran pastel de África, Asia y las dos Américas.

La grandeza del disfrute de este tipo de obras consiste también en saber interpretarlas teniendo en cuenta la fecha en la que fueron escritas. Ésta, la narración más famosa de Defoe, ha sido adaptada como he dicho a todos los medios, normalmente muy suavizada, y todavía sigue generando cómics o películas.

Tuvo "Robinson Crusoe", debido a su éxito fulminante, una secuela: "Nuevas aventuras de Robinson Crusoe". Esta no repitió la popularidad de su predecesora.


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