LA QUIMERA DEL ORO de Charles Chaplin - 1925 - ("The Gold Rush")
"La quimera del oro" es una de las más grandes obras maestras de Charles Chaplin. En ella, su tercer largometraje, volvía, tras la extraña en su filmografía "Una mujer de París", a dar vida a su inolvidable Charlot, que esta vez viajaba a los pueblos de los pioneros norteamericanos a buscar oro y pasaba por tres mil desventuras.
En esta película en concreto, el director y cómico mezclaba la aventura con su habitual comedia y con el drama romántico en una brillante sucesión de grandes momentos de los tres géneros que, especialmente en su primera media hora, es absolutamente soberbia.
Pocos creadores en el cine, y menos en aquellos tiempos pioneros del cine mudo, retrataron como Chaplin retrató la miseria y sobre todo el hambre. Toda la primera parte del filme, en la cabaña, con Charlot y Big Jim (un soberbio Mack Swain del que hablaré más tarde) con los estómagos vacíos, sufriendo la crueldad del no tener nada, del frío y del aislamiento extremos, ha quedado para los anales no solamente por su vertiente cómica, sino también por su brutalidad y su humor negro.
Negro no, negrísimo: Chaplin sabe jugar perfectamente con lo más miserable y desesperado del ser humano para construir unas escenas verdaderamente demenciales, en las que un alucinado pobre hombre confunde a otro con un pollo gigante, en las que ambos se comen una bota como si fuese un filete o un plato de pasta.
Es picaresca de la peor sangre y de la mejor ironía, y lo mejor es que todo está representado con un humor lleno de patetismo delicioso con gags memorables.
En "La quimera del oro" despunta en el largometraje el mejor de los Charlots y nos regala este momento delirante y tremendista que, a pesar de nuestras risas, sabemos que no tiene ni puta la gracia.
El resto del filme se centra en seguir a los personajes en otras desventuras fuera de la cabaña que, aún siendo menos impresionantes, no desmerecen en absoluto: la pobreza, la soledad, la marginación, el clasismo, la incultura, están retratadas con un ojo agudísimo y con números cómicos inolvidables (el baile es maravilloso, totalmente genial).
Y finalmente, asistimos a un retorno a la cabaña que vuelve a traernos lo mejor de la primera parte de la película en un cóctel de imaginación apabullante con unos efectos especiales que para la época eran un prodigio de inventiva y aprovechamiento de los pocos medios que entonces se tenían. Esa casa al borde del precipicio moviéndose de un lado a otro ha sido parodiada, homenajeada e imitada tantas veces...
"La quimera del oro" cuenta con el habitual final de estos primeros filmes de Chaplin, en el que priman los buenos sentimientos y el triunfo de la bondad, la honradez y el amor más puro.
Sin embargo, como he dicho, el filme ya destila un avance de la mala leche y la irónica brutalidad a la hora de hacer crítica social de la que haría gala el creador de Charlot en sus futuras películas (aunque ya había hecho gala, valga la redundancia, de todo ello en varios de sus cortometrajes anteriores).
No puedo dejar de alabar, antes de terminar la crítica, al mencionado Mack Swain, que da vida al compañero del protagonista en las escenas de la cabaña. El cómico, famoso actor de vodevil en los primeros años del siglo XX, estaba de capa caída a pesar de haber trabajado con Mack Sennet, Chester Conklin o el propio Chaplin en los años veinte, y fue éste último quien le contrató en varias de sus producciones para ayudarle a superar el bache en el que estaba.
No decepcionó, y aquí, miren lo que les digo, creo que llega hasta a superarle en la actuación: esos ojos perdidos, salidos de sus cuencas mientras se imagina estar ante un pollo gigante y esa cara de tristeza y amargura cómica mientras se come un pedazo de bota hervida no las olvidaré en la vida.
"La quimera del oro" es una obra maestra imprescindible y, para mi, el primer gran largometraje de Chaplin, por encima de los dos anteriores.
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