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martes, 11 de junio de 2019

SHENZHEN. EL DEMENCIAL CAPITALISMO CHINO DESPELLEJADO CON HUMOR


El canadiense Guy Delisle se ha convertido en uno de los grandes autores del cómic "periodístico". Si Joe Sacco, el otro imprescindible, es un retratista de la realidad crudo, duro, él es su reverso cómico. Ojo, que sea cómico no significa que sea menos serio. Porque lo que cuenta Delisle en sus historias no tiene ninguna, pero ninguna gracia.

"Shenzhen" es la casilla de la salida de los álbumes en los que el autor narraría sus estancias y temporadas, más o menos largas, en diversos países del mundo. Vendrían luego el desolador "Pyongyang" y los no menos brutales "Crónicas Birmanas" y "Crónicas de Jerusalén".


Shenzhen es una ciudad china que pasó de tener 30.000 habitantes en 1980 a nada más y nada menos que doce millones en la actualidad (y subiendo). Elegida por Deng Xiao Ping como laboratorio de la llamada Economía Socialista de Mercado, pasó de ser una pequeña localidad de provincias sin importancia a ser una de las más grandes megalópolis del planeta en un tiempo récord.

Guy Delisle vivió tres meses en esta ciudad en 1997, cuando trabajó como director de animación de un equipo de dibujantes, oficio que ha ejercido en numerosas ocasiones a lo largo de su vida.

Mientras ejercía sus funciones, pudo ver de cerca las consecuencias de esta transformación bestial y decidió documentarlo todo en este cómic (y estamos hablando de 1997: Shenzhen desde entonces ha seguido creciendo sin parar).


Si tres palabras pueden resumir este álbum, estas tres palabras son: "capitalismo" y "choque cultural". Y el capitalismo es agresivo y el choque cultural brutal. Todo afrontado con mucho humor, pero no por ello con poco espíritu crítico.

Delisle vive un día a día entre curioso y delirante con constantes malentendidos debido al topetazo de dos culturas tan diferentes y hasta opuestas como la canadiense y la china. Un asunto central de "Shenzhen" es la incomunicación: él intenta hacerse entender, pero el idioma es una barrera abismal y, además, está la idiosincracia de cada pueblo, otra bien grande.


También pone en la picota, como he dicho, el capitalismo más agresivo imaginable: China, ese país que una vez fue comunista o que por lo menos trató de serlo, se ha convertido en las últimas décadas en un híbrido económico aberrante donde los derechos laborales son prácticamente inexistentes.

El autor lo documenta todo y regala escenas hilarantes que, en realidad, no son divertidas en absoluto. Desde empresarios que se ríen en su cara cuando comenta que en países como Canadá la gente tiene dos días libres hasta empleados apáticos que hacen trabajos mediocres y que ni siquiera le escuchan cuando les corrige porque no tienen ningún interés en mejorar nada como consecuencia del sistema sin alicientes en el que viven.


El capitalismo de Shenzhen, trasunto del de la propia China y, por desgracia, del de ya demasiados países, es un sistema de desilusión, de explotación, de pasotismo, donde sólo cuenta producir de cualquier manera y a toda máquina productos cutres, mal hechos, chapuceros, para vender y vender y vender.

También habla Delisle de la soledad a la que se enfrenta cualquier persona en medio de un choque cultural tan monstruoso (la única forma de aguantar allí aquellos tres largos meses fue tirando del humor, como él mismo reconoce) y de otros asuntos ya más divertidos como las diferencias culinarias o de concepción de lo que es una fiesta o una noche de juerga.


"Shenzhen", retrato clave de esta megalópolis-laboratorio económico, es un cómic esencial para entender no sólo el funcionamiento de esta China inmensa y complicada que ha tenido que adaptarse abruptamente a un sistema que en un principio no quería adoptar, sino también una llamada de atención sobre lo que puede llegar a ser esta terrible cultura del trabajo desbocado que tanta infelicidad crea en las personas y que a la vez, e irónicamente, no asegura una producción eficiente.


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