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martes, 15 de octubre de 2019

FRANKENSTEIN. EL MODERNO PROMETEO SIGUE SIENDO TOTALMENTE MODERNO


La semana pasada comentaba la novela de "Drácula" y, ésta, voy a hacer lo propio con la de "Frankenstein". Los dos monstruos se han convertido por méritos propios y gracias a las mil versiones que han tenido y siguen teniendo en las dos figuras de este panteón mítico más famosas.

La historia del verano de 1816, en el que Mary Shelley y su marido Percy Bysshe Shelley visitaron a Lord Byron en su mansión Villa Diodati, en Suiza, y de la que surgió "El vampiro" de John Polidori, que estaba allí también alojado, es de sobra conocida ya.


En estos días de intercambio de ideas, de lecturas de cuentos de fantasmas y de relaciones que no acabaron del todo bien entre los presentes surgió la idea de "Frankenstein", que fue publicada ya completa en 1818 y tras modificaciones de Percy a una versión primera del año anterior. Posteriormente, en 1831, Mary reescribió la que sería la obra final y definitiva.

En aquel siglo XIX de Revolución Industrial, la autora, basándose en teorías entonces célebres que afirmaban que se podían revivir cuerpos muertos utilizando la electricidad, creó a su famoso ser monstruoso, que cambiaría la literatura gótica para siempre.


En un estilo duro, crudo, tajante, a veces violento, pero siempre poderosamente evocador, "Frankenstein" narró una historia tan sugestiva como polémica. 

Vino acompañada con el subtítulo de "El moderno Prometeo" en alusión al titán de la mitología griega que robó el fuego para dárselo a los mortales y que por ello se enfrentó a los dioses. Esquilo era uno de los autores que Mary Shelley más admiraba.


Este Prometeo del siglo XIX era sin embargo castigado por su propia creación, que aparecía humanizada de una forma estremecedora, como un ser perdido, nacido de golpe, aberrante, condenado a la soledad y al escarnio y a vivir eternamente maldito por algo de lo que no tenía culpa.

Aunque ciertamente inspirado en el Satán de "El paraíso perdido" de John Milton, el monstruo de "Frankenstein" es una creación propia e insustituible de Mary Shelley, que con su imaginación desbordante realizó una alegoría sobre el lado oscuro del poder científico, personificado en su "padre creador", un doctor ambicioso hasta lo delirante que cree que puede dominar a la naturaleza a su antojo.


Esta novela es moralista, y sigue teniendo, a pesar de su malditismo, una poderosa influencia de la moral, valga la redundancia, cristiana (estamos en 1817, no lo olvidemos).

Es también, sin embargo, y yo lo veo claramente, un toque de advertencia muy lúcido en tiempos de la primera Revolución Industrial, la cual traería unos avances impresionantes que cambiarían para siempre a la humanidad pero que también generaría mucho sufrimiento a muchas personas.


El capitalismo de entonces, diferente del actual pero esencialmente inhumano, soberbio y apoyado en una utilización de la ciencia tan optimista como prepotente, es puesto en la picota, así como el uso irresponsable de la mencionada ciencia y también de la tecnología.

El tema central de "Frankenstein" lo seguimos viendo hoy por todas partes. Está en mil creaciones de todo tipo, desde en nuevas versiones de esta historia hasta continuaciones y pastiches pasando por obras como "Watchmen" o "Parque Jurásico", que comparten dicho tema aún siendo totalmente diferentes.


Y actitudes como la de Victor Frankenstein nos recuerdan poderosamente a, por ejemplo, las de esas personas que creen hoy que, en plena lucha contra el Cambio Climático, el ser humano es un dios que está por encima de todas las cosas. Mary Shelley fue una precursora increíble y una maestra de la metáfora y de la alegoría.

Este moderno Prometeo configura uno de los mitos básicos de la literatura. Va más allá de la historia de terror, más allá del drama gótico, para despuntar y erigirse como una advertencia que tiene total vigencia en nuestros días y cuyos parámetros no dejan de ser imitados.


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