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lunes, 20 de mayo de 2019
EL RUIDO Y LA FURIA. CUATRO VOCES, MUCHOS ESTILOS, MUCHOS DILEMAS
William Faulkner es un autor, a veces, extremadamente difícil de abordar. Sin embargo, es también, siempre, extremadamente estimulante. Porque es de esos escritores que han sabido aunar sin fisuras experimentación, perfección narrativa y temática comprometida con la realidad más inmediata.
"El ruido y la furia", su cuarta novela, publicada en 1929, es un ejemplo perfecto de las virtudes de este literato norteamericano incombustible.
Como en tantas de sus creaciones, retrata la decadencia y la podredumbre del sur profundo de los Estados Unidos, el lugar en el que vivió casi toda su vida y que le sirvió para inspirar el condado en el que transcurren muchas de sus obras: Yoknapatawpha County.
Este lugar, que influyó muchísimo en la creación del Macondo de Gabriel García Márquez, es un espacio cerrado, férreamente local, pero que precisamente por este localismo llega a alcanzar la categoría de global.
Yoknapatawpha es una representación simbólica y metafórica de los USA contemporáneos del escritor, como lo es el mencionado Macondo de la Colombia del creador de "Cien años de soledad".
"El ruido y la furia" es una novela polifónica: cuatro narradores nos dan su punto de vista de un asunto. El fondo: la caída de una vieja familia de orígenes aristocráticos, los Compson, una sombra lánguida de lo que fueron en su pasado glorioso.
El reto de esta novela radica en que la primera voz a la que nos enfrentamos es la de Benjy Compson, uno de tres hermanos que cuentan la historia y que muestra síntomas claros de retraso mental y autismo. Su mundo se basa en las percepciones, en las sensaciones, y el lector tendrá que entrar en él y descifrarlo.
Luego, llegan los otros dos: Quentin, el más inteligente de ellos, que vive atormentado en la Universidad de Harvard, y Jason, un empresario frío y brutal, sin muchos escrúpulos, que busca la riqueza a toda costa.
La realidad de la familia ha de ser reconstruida por medio de tres voces totalmente dispares, pero que precisamente por ello crean un universo caleidoscópico fascinante, lleno de detalles y de sugerencias.
No acaba aquí la experimentación, porque la cuarta y última narradora (en tercera persona ahora) es una mujer: se trata de Dilsey, la sirviente negra de la casa, que es precisamente el personaje con más fortaleza, más encarado al futuro, más resistente y optimista incluso, y el que se percata de todo lo que late alrededor de los Compson.
Queda un quinto carácter, también mujer, que según muchos es la heroína real de la historia, pero que no tiene su propia voz y que ha de ser construida por medio de las de los otros cuatro: Caddy, la hermana de Benjy, Quentin y Jason, personaje fascinante y lleno de secretos que articula a los demás.
En esta novela, el libre fluir de conciencia, la superposición de pensamientos y de voces, se codea, además, con saltos en el tiempo. La labor de Faulkner es absolutamente titánica.
Los asuntos, los que se repetirían en muchas obras posteriores del autor y otros que venían ya de las tres anteriores: la decadencia del sur profundo, la caída de los viejos y caducos valores, la hipocresía, el machismo, el racismo, la frustración vital y sexual, la violencia atávica, los prejuicios, la asfixia de los pequeños condados donde las apariencias son una religión.
"El ruido y la furia" es un reto. Un reto fascinante, poliédrico, estimulante como pocos: un rompecabezas maravilloso que merece muchas, pero muchas, muchas lecturas.
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