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jueves, 20 de junio de 2019

EL CHAVO DEL OCHO. CLASISMO, BRUTALIDAD Y POBREZA EN UNA COMEDIA VECINAL


Todos estamos hartos de verlo. En sus mejores y en sus peores temporadas, en sus emisiones originales o en las miles de reposiciones que ha tenido. "El Chavo del Ocho", creada por el mexicano Roberto Gómez Bolaños, alias Chespirito, que dio vida a su propio protagonista, es una de las series más largas de la historia y uno de los más grandes éxitos mundiales de la producción televisiva de México. 

Se emitió desde 1971 hasta 1980 como programa independiente, pero siguió siendo televisada hasta 1992 como un sketch del programa "Chespirito", que dirigía el mismo Gómez Bolaños. Ahí es nada.


Aupada por el éxito previo de la también descacharrante parodia superheróica de "El Chapulín Colorado", también del entonces prolífico humorista, "El Chavo del Ocho" barrió las audiencias de toda Sudamérica y pegó el salto al gran charco para arrasar también en países como España.

Sus personajes, inconfundibles, llenos de carisma, tiernos y a la vez brutales (porque lo son), representaban las diversas clases sociales del México de su tiempo.

Se tiende a pensar que "El Chavo del Ocho" es una serie para niños, y yo creo que no lo es en absoluto. Puede que esté ligeramente camuflada en este formato, pero nada más lejos de la realidad.


Esta comedia de situaciones, a pesar de ser muy repetitiva y de narrar los mismos gags una y otra vez, es un retrato muy cruel de la peor sociedad de unos tiempos clasistas y terribles.

Sus personajes son a veces como he dicho tiernos, pero la mayoría de las veces son viles y hasta despreciables. No se libra nadie: ni el pobre, ni el rico. Tal vez, un poco, el Chavo, víctima casi constante de las barrabasadas de sus compañeros de desventuras.

En una vecindad mexicana cualquiera, con su patio de cotilleos donde la vida transcurre estancada, viven personajes de toda clase y condición que se dedican a hacerse la puñeta unos a otros con propósitos habitualmente repulsivos. A veces es cuestión de aparentar; a veces, de mera supervivencia. 


El Chavo es un niño que suele estar siempre dentro de un barril (aunque en algún capítulo se dice que vive realmente en el número ocho) y que es pobre, muy pobre, tanto como para pasar hambre de vez en cuando.

Sus compañeros de juegos son Quico, un pijo clasista y vomitivo, y la Chilindrina, una niña llorona e irritante que se mueve por lo que más le conviene.


Sus vecinos son doña Florinda, la madre de Quico, una hipócrita visillera que fue de clase alta y que hoy tiene el abolengo de capa caída pero que intenta aparentar lo contrario; don Ramón, el padre de la Chilindrina, un bribón que casi siempre está sin oficio y sin beneficio y que vive de timar a los demás o de la pura picaresca; la Bruja del 71, una vieja forrada de pasta (esta sí tiene dinero) pero que está sola en la vida y siempre en busca de un amante más joven que ella (que suele ser don Ramón).

Les rodean el señor Barriga, el rico dueño de la vecindad, clasista también como su hijo Ñoño, un niño pijo y repelente, y el profesor Jirafales, un maestro de escuela petulante que siempre da lecciones de civismo a los niños y que está enamorado de doña Florinda. Ninguno es un dechado de virtudes.


Amparándose en el gag visual y supuestamente infantil, "El Chavo del Ocho" mete bastantes tortazos a la sociedad mexicana de su momento.

Habla de clasismo, de hipocresía, de esnobismo, de pobreza, de paro, de frustración sexual, de adulterio y de hijos bastardos en una sociedad preocupadísima por la apariencia, de egoísmo, de vividores caraduras, de machismo, de ancianos solos en la vida, de niños desamparados, de analfabetismo, de guetos en las ciudades, de hambre incluso.


La crítica fue negativa en los primeros episodios de la serie, a la que calificó de violenta y burda. A pesar de ello, subió como la espuma hasta desbordar el vaso. Yo creo que muchos no supieron en su día ver lo que la creación de Chespirito encerraba o que directamente les molestó lo que retrataba, aunque no lo reconociesen.

Hay mucho más en "El Chavo del Ocho" de lo que mucha gente ve a primera vista. Por desgracia, es cierto que su humor se repetía hasta la saciedad (los mismos chistes y gags una y otra vez) y que sus últimas temporadas fueron ya bastante mediocres.


Carlos Villagrán, que daba vida a Quico, dejó el programa en 1978 tras pelearse con Chespirito por la autoría de su personaje para dedicarse a rodar sucedáneos del propio Quico que no tuvieron demasiado éxito. Un año después lo hizo Ramón Valdés (Don Ramón), que volvió en 1981, aunque enfermo de cáncer de estómago (fallecería en 1988).

La serie no se recuperaría de la falta de estos personajes básicos y sería intermitente en emisión y en calidad. Siempre estarán, sin embargo, sus primeras temporadas, su concepto de comedia social de humor y su mala leche a la hora de despellejar a la sociedad de su momento.

Créanme y revísenla: hay en "El Chavo del Ocho" más crítica social, más crueldad y más terror cotidiano del que creen que recuerdan. Creo que es una serie fantástica e inimitable, alargada en exceso pero básica en la historia de la "sitcom".


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